Opinión

La última lágrima

Viajero, peregrino: que tu llegada sea al atardecer, cuando llovizna; la ciudad huele a su alma húmeda y el cielo está violáceo, rotundo, ourensano. Entonces, toma la mirada del más viejo de los caminantes, aprieta tu talismán protector, déjate ir; respira hondo, algo te susurra: ‘estás en territorio sagrado’.


Parque de San Lázaro, el lugar exacto para tu viaje iniciático por Auria. Notarás la presencia que guía tus pasos. Te sientas en el banco que amó el poeta más maldito de la ciudad. Fija tus ojos en la fuente. Algo cálido asciende por tus vértebras y te posee.


Caminas por Santo Domingo, calle viva y franciscana; las piedras humildes te dan serenidad. Alguien con la pupila de los extraviados se acerca por tu acera; hazle sitio y salúdale cortés: esta ciudad siempre ha amado a sus extravagantes, a sus locos y a sus genios. De súbito se detiene: ‘¿No nota usted algo espeso en la calle, una fiebre súbita? ¿Sabe cuándo fue más feliz esta ciudad? Hubo un tiempo en que éramos muchos huéspedes de la Casa de Salud. Los sábados, el director abría las puertas y la ciudad nos recibía con brazos abiertos. Desde los dos lados del espejo hablábamos el lenguaje secreto de la sacerdotisa. Nunca este lugar fue tan fiel a su destino’. De pronto la mano imperceptible que te guía te sujeta con firmeza; estás en la Plaza do Ferro. Los escasos transeúntes caminan huidizos y transportan algo indescifrable en la frente. Una mujer de edad incierta trae cenizas y algas en su cintura; te mira fijamente. No la temas Estás frente a frente con el pálpito, la vibración y la herida de la ciudad. No la temas, no la temas, es acogedora y te da la bienvenida.


Calle de la Paz adelante, caminas sobre el vientre femenino de Ourense. Transitas por el lugar más amado de la sacerdotisa. En este hechizo, de él, nacieron las mejores mentes literarias y pensadoras del territorio galaico. Pasos firmes sobre las piedras gastadas. No respires: una leve reverencia. Pasa alborotada la lírica, los jóvenes airados de la Generación Nós. Foulard de seda, uno; levita y pajarita otro, dandys todos. Van a su café favorito a terminar la noche. Sigues sus pasos. Pegas tus ojos al cristal del Royaltie. En una mesa discuten sobre la existencia del Diablo. Arrebatado por las musas, alguien se alza sobre el mármol de la mesa y recita un poema: ‘Hasta cuándo golpearán los vientos el huerto de las aguas / para que la última lágrima caiga’.


Tras la barra ojos sabios tras el disfraz del barmanestá ella: ‘Soy la ciudad más cantada por los poetas’.


Viajero, peregrino, has de seguir tu camino. Ya estás en la Rúa das Tendas, próxima a la Plaza Mayor. Hueles el miedo que viene solitario por la calle. Tres hombres aúllan con voces insolentes; Milhomes, gesto corrosivo, al frente. Déjalos. Aprieta tu talismán protector. No te cruces en su camino: son el lado salvaje de la ciudad. Van a cumplir su destino fatal allá. Más allá.


Entras en la Plaza Mayor. Estás en la plaza general del mundo. Es la hora del mercado de las sombras. No mires más. Tu guía te empuja hacia la Burgas. No te atrevas, no alces tus ojos al altar. Hay ceremonia: convocadas en círculo están todas las magas. Resuena la risa clara de la sacerdotisa.


Dejad que el espíritu de Tovar, Blanco Amor y Quessada, crezca en la ciudad. Dejad que el trigo crezca en las fronteras de la mente, porque una flor no puede ser hermosa si no dejáis que el trigo crezca en las fronteras.


Busca el camarín de la Virgen del Carmen. Allí habitan flores frescas de todas las mujeres que aliviaron el dolor húmedo de la ciudad durante siglos. Estoy sentado al borde del Miño, solo; cae lluvia vieja y Ourensana. Convoco a las presencias que tejen el destino de este trozo de mundo. Estoy justo donde sabias ancianas se sumergen iluminadas en el lado oculto. Quiero conocer el lenguaje misterioso de este lugar, las poderosas manos que me atenazan cuando trato de salir de la ciudad. Los dedos de cera que me tocan el hombro por las calles para darme un recado que no descifro. Esos ojos que me miran en mi insomnio. La última lágrima que nunca cae.


Un pez salta en el aire, lleva una señal entre las escamas. Estoy poseído.


Pasos chapotean en el agua; un pescador solitario se para a mi lado: ‘Señor, por fin: he visto un nido de ninfas bajo el árbol de la lluvia. Anuncian tiempo femeninos. Traen ventura’. Deposita en mis manos un cuenco de agua milagrosa y se aleja. Me quedo solo. Rezo a mi yo más puro y bebo lentamente. La ciudad retorna purificada a su río, a su destino. Florecen las riberas sanadoras en Ourense.


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