La Región
TRIBUNA
O nadal sempre serás ti, “abueli”
Vengo de jugar al tenis y escribo este artículo con extrasístoles. Las conozco bien. Son latidos extra que se adelantan. Un vuelco que sube hasta la garganta como si acabase de arrancar el saltamontes de la feria. Me sacuden en reposo, y, aunque me han dicho que son benignas, mi ansiedad las dibuja desmesuradas hasta el punto de ponerme un Holter. Es un monitor que te embute el torso como la piel de un butelo. Un día, enchufado a aquel cachivache, sentí un golpe en el pecho como el retroceso de la culata de un rifle. Cuando me senté a analizar los resultados con Pérez de Juan, al que recomiendo con mi mayor énfasis, apareció aquella extrasístole dibujada como el trazo anárquico que deja el boli cuando alguien te mueve el brazo. El doctor le quitó todo el hierro del mundo. Yo estaba tranquilo y nos pusimos a hablar de Javier Gómez Noya.
Con 16 años recibió la noticia de que tenía una anomalía cardíaca: una valvulopatía bicúspide. El CSD le retiró la licencia, pero sus ganas eran irreductibles. Tras deambular por consultas y despachos, encuentra en Nicolás Bayón una luz y una condición: “te permito competir durante los próximos seis meses y nos volvemos a ver”. Durante tres años, Javi resiste en el triatlón como un furtivo al que se le juzga de poner en riesgo su salud por un puñado de percebes. Lo hace con una licencia gallega, más que suficiente para comprobar que, si le dejan, puede ser el mejor. En 2003 le devuelven la licencia internacional. Tiene apenas unos días para preparar el mundial sub23 y lo gana. Con 20 años ya había hecho historia.
Durante tres años, Javi resiste en el triatlón como un furtivo al que se le juzga de poner en riesgo su salud por un puñado de percebes.
Desde el pacto con Bayón hasta su retirada, el pecho de Javi solo ha cambiado por fuera, con infinitas medallas que lo embellecen. Los exhaustivos exámenes bianuales han ido confirmando la premisa necesaria para lograrlo ya que por dentro, todo seguía en su sitio.
Las veces que he estado cerca de Javi tan solo me he agarrotado por mi propia convicción de estar cerca de un semidios. Escribo tanto sobre deportistas extraordinarios que los venero a todos de un modo casi místico, pero, a través de la carne y los huesos de Javi te das de bruces con la realidad de que es alguien como tú y como yo. La diferencia es el precio que estamos dispuestos a pagar por lo que queremos y un corazón de excepción, genéticamente diseñado para el deporte. Con incontables cifras de sacrificio y voluntad, Javi convirtió su materia humana, la de todos, en hierro. Es probable que cualquiera de nuestros corazones no soportase ni un solo sprint de los que se rifaba con los Brownlee en la definitiva moqueta azul tras un esfuerzo titánico. El de Javi sí, porque más allá de una anomalía, lo que tenía en medio del pecho era un deseo abrasivo por ser el primero en agarrar la cinta de meta.
El médico que contribuyó a recuperar su licencia, McKenna, afirma que Javi “tiene el doble de corazón que la gente normal”. Tras haberlo conocido, puedo confirmar que es cierto.
El médico que contribuyó a recuperar su licencia, McKenna, afirma que Javi “tiene el doble de corazón que la gente normal”. Tras haberlo conocido, puedo confirmar que es cierto. Quizás sea por eso que a mí un simple latido extra me paraliza y a Javi una valvulopatía bicúspide le lleva a buscar un salvoconducto a la inmortalidad.
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