José Ferreiro en Hermisende

LA BELLEZA SIN TESTIGOS

Publicado: 29 jun 2025 - 05:10

San Rosendo y San Pedro Mezonzo en San Martín Pinario, obras de Ferreiro.
San Rosendo y San Pedro Mezonzo en San Martín Pinario, obras de Ferreiro.

En el exilio americano, Rafael Dieste, junto a su esposa Carmen Muñoz, dedicaron infinitas jornadas a trabajar en textos que nunca verían la luz. Estaban dotados, a juicio de sus autores, de “la soberana y no altiva gracia de la belleza sin testigos”. En La Región, el lector encontrará cada domingo de este verano una pieza dedicada a un escritor, un poeta, un pintor o un escultor que nacido o no en Ourense, ha tenido en algún momento a esta tierra y sus gentes, como motivo de inspiración. La mirada sobre ellas y ellos, ha dado lugar a esta particular serie de “La belleza sin testigos”.

Supe del escultor José Ferreiro (Noia, 1738-Hermisende, 1830) por referencias a Hermisende, el municipio de la Sanabria Alta limítrofe con Ourense. Son los dominios del lobo. La hoy casi oculta iglesia de Nuestra Señora de la Tuiza, señala la entrada en Galicia o la última opción para no abandonarla. Bien lo sabían las cuadrillas que iban a la siega -”por moito que lle digan mala, non lle din o que era”- que por aquí, al iniciarse el verano, salían a los campos de Castilla para, dos meses después, regresar cubiertos de harapos, renegridos y con el hambre en los estómagos encogidos. Rosalía les cantaba: “Aló van, malpocadiños, / todos de esperanzas cheos, / e volven, ¡ai!, sen ventura / cun caudal de desprezos”. Aún en 2015, uno de los últimos segadores vivos, de la parte de Laioso, en Allariz, recordaba el refrán de la época que se repetía en Castilla: “- Madre, ¿qué le damos a los gallegos?. - Cada vez menos, que ellos se van y nosotros quedaremos”.

San José en la catedral de Ourense.
San José en la catedral de Ourense.

El santuario de Tuiza, puro barroco gallego, es la llave que abre el paso de Galicia y también de las tierras aisladas hacia el sur, camino de Hermisende, la bella denominación germánica, sueva, que recuerda la tradición altomedieval de las reinas de Asturias y de León, Ermesinda o Hermelinda. Viven hoy 233 almas en todo el municipio; eran algo más del doble en el primer tercio del siglo XIX, cuando José Ferreiro, el afamado escultor de San Martín Pinario, del Santiago Apóstol del tímpano del palacio de Raxoi, en el Obradoiro; de los monasterios de Sobrado y Samos, del San Francisco de la fachada conventual en Compostela o de la Minerva que coronaba la Universidad de Santiago, decidió organizar un taller y sus últimas voluntades acogido por el párroco de Santa María de Hermisende.

Éste, Xosé A. Rodríguez, era un carballinés educado con los benedictinos de San Martín Pinario. Allí conocería al maestro escultor Ferreiro, en sus mejores años y en sus mejores obras. El neoclasicismo imponía las reglas del rigor, de la contención y de la claridad al barroco maduro que dio carácter a Compostela y a toda la arquitectura religiosa del siglo XVIII en Galicia. “Ningún galego puido íntimamente negarlle beleza a unha obra barroca”, dirá Otero Pedrayo. Rodríguez acogió a Ferreiro en 1813, cuando este ya contaba 75 años. El escultor había trabajado todo el año anterior en Padrenda y a Hermisende había ya enviado varios encargos desde su taller de Santiago de Compostela. La relación entre ambos debió ser fluida, de confianza mutua.

Neoclasicismo

Quien, como Ferreiro, conoció el racionalismo borbónico del siglo XVIII y el neoclasicismo monumental desplegado por las órdenes religiosas, debería ser tan consciente de la trascendencia de su obra como de la nueva y precaria posición. Hasta la práctica senectud, José Ferreiro había disfrutado del éxito y del reconocimiento. Acogido en Compostela por el escultor Gambino en la primera adolescencia, recién llegado de Noia, Ferreiro dará de inmediato muestras de su habilidad técnica y entendimiento de las corrientes artísticas del momento. La recién creada Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1763) impulsaba una vuelta a los modelos clásicos, agotado ya el barroco imperante.

El Pazo de Raxoi, en el Obradoiro compostelano, es uno de los primeros y más claros ejemplos del nuevo orden. Gambino y Ferreiro, yerno ya de aquel al haber casado con una de sus hijas, reciben el encargo de realizar el tímpano central del edificio, representando la batalla de Clavijo –relieve todavía barroquizante de Ferro Requeixo-, y el remate del mismo con una figura ecuestre del Apóstol Santiago. Ferreiro realizará esta obra y utilizará para ello el granito, a diferencia del relieve del tímpano, que es de mármol blanco. Pero será en el monasterio benedictino de San Martín Pinario, en Compostela, donde José Ferreiro realizará algunas de sus obras más significativas. En la entrada misma del templo nos reciben sendas tallas monumentales de San Rosendo y San Pedro de Mezonzo. De más de dos metros de altura, ambas figuras se inspiran en el Longinos de Bernini y recogen los rasgos característicos de Ferreiro: ritmo, la pintura blanca sobre la madera recordando el mármol, evitando los dorados y policromías del barroco; ropaje de mangas anchas, pliegues aristados acumulándose en la parte interior de las piernas; estilización y alargamiento del canon del cuerpo, que describe una doble curva, la pierna flexionada y ligeramente retrasada remite al modelo también clásico de Policleto, para lograr la superposición de planos en profundidad y completar la harmonía de formas y proporciones que incrementan su belleza. No falta el gesto característico de las figuras de Ferreiro, la cabeza levantada y ligeramente ladeada a la derecha, las sienes hundidas y la mirada mística.

Presencia en Ourense

En el vecino convento e iglesia de San Francisco, Ferreiro realizaría en 1783 la escultura en granito de San Francisco de Asís que figura en la fachada. Ramón Otero Pedrayo, tan enamorado de las piedras de Compostela, recomendaba establecer un diálogo entre este San Francisco y el posterior, siglo y medio después, de Francisco Asorey, a muy escasos metros por delante de esta fachada. Antes de que acabe el siglo, Ferreiro habrá entregado ya un San José para la catedral de Ourense, que figura en su girola, y una Santa Teresa que, hasta 2023, se custodiaba en el convento de las Carmelitas Descalzas de la ciudad.

La primera década del siglo XIX arroja las primeras sombras en la vida de Ferreiro. Fallecida su esposa, Ferreiro otorga testamento. Un yerno, disconforme, recurre las partijas. Esta situación, junto al descenso de encargos y el colapso provocado por la Guerra de Independencia, llevará a Ferreiro a un progresivo alejamiento físico de Compostela. Surge la propuesta del párroco protector y el acuerdo: trabajos para las iglesias de Hermisende y otras parroquias del sureste ourensano a cambio de techo, comida y sepultura. En virtud del mismo, recibe el encargo para realizar el retablo mayor, restaurado en 2021, de la iglesia de Santa María. También en las iglesias vecinas de Castromil, Castrelos y San Cibrán dejará algún retablo y numerosas imágenes. Se sabe que entre 1817 y 1830, año de su fallecimiento, Ferreiro realizó obras en A Mezquita, en las parroquias de San Martiño y Vilavella; en A Veiga, en Verín y en Monforte.

Testimonios directos de vecinos de Hermisende que llegaron a conocer al escultor noiés, lo recordaban de este modo. “Era de baixa estatura, groso dabondo e de ollos azuis; e que á afabilidade do seu trato unía a simpática condición de saber prodigar ditos humorísticos con gracia orixinal”.

Pablo Pérez Constanti tuvo acceso a la partida de defunción de Ferreiro, escrita y rubricada por D. José Antonio Rodríguez, párroco de Hermisende.

“El día tres de Enero de mil ochocientos treinta, se dio sepultura eclesiástica en el atrio de esta iglesia parroquial de Santa María de Hermesente al cadáver de D. José Mauro Ferreiro, viudo natural de la villa de Noya y vecino que fue de la ciudad de Santiago hasta el año 1813, en que vino a trabajar por su oficio de escultor Arquitecto en esta parroquia. (…) Había muerto de vejez en la tarde del día antes, siendo de edad de noventa y un años cumplidos. Asistieron a su entierro de limosna todos los eclesiásticos de la parroquia y le mandé aplicar por su ánima treinta misas además de las de los oficios”.

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