Ramón Pastrana
LA PUNTILLA
Ositos
Estos días, con ocasión de la beatificación de Juan Pablo II, hemos tenido ocasión de conocer muchos aspectos de la vida de una de las personalidades más importantes del siglo XX. Colaboradores, antiguos alumnos, colegas de las tareas universitarias, jefes de Estado y un sinfín de personas de toda clase y condición han destacado muchas de las cualidades que distinguieron la trayectoria vital de una persona realmente excepcional. Una de ellas, su temple moral y su consiguiente compromiso con la verdad y la dignidad del ser humano, merece la pena subrayarse.
Juan Pablo, es archiconocido, no tuvo una existencia fácil. Perdió a sus padres y a su hermano mayor muy joven. Hubo de trabajar manualmente en una mina y en una industria química, estudió con escasos medios, y se alistó al sacerdocio en un ambiente clandestino nada halagador. En sus años de joven profesor de ética en el seminario y en la cátedra de esta misma materia en la Universidad católica de Lublín desarrolló sus magníficas aptitudes docentes. Por entonces, los servicios secretos del gobierno comunista polaco lo calificaron de persona peligrosa. No por su oposición al régimen, pues no hablaba de política, sino por su creciente compromiso con la libertad y con su encendida defensa de la dignidad del ser humano. Pocas palabras, al menos en público, salieron de su boca para censurar la dictadura comunista. Es verdad. Pero no es menos cierto que sus alumnos, gracias al coraje moral y a la inteligencia de su discurso, salían de sus clases llenos de optimismo y de ilusión por ser personas libres, personas coherentes en medio de un sistema caracterizado por la persecución de las libertades.
Nunca lo pudieron atrapar por haber pronunciado palabra alguna o por haber escrito en contra del régimen comunista. Y bien que lo intentaron por los más peculiares procedimientos que podamos imaginar. Muchos de sus alumnos y de sus amigos atestiguaron en su día que la liberación del yugo opresor comunista se produjo en Polonia gracias a personas como Juan Pablo II, gracias a ejemplos de coherencia y de integridad como los de Juan Pablo II.
Juan Pablo II siempre alertó contra la esclavitud del comunismo y del capitalismo salvaje. Hoy, desde una y otra orilla, desde la intervención sistemática de los poderes públicos y desde la absolutización del mercado, encontramos regímenes y sistemas en los que, de nuevo, aunque con mayor sutileza, se trata de convertir al ser humano en objeto de usar y tirar, ya sea al servicio de unos o de otros. En sus últimos escritos y en sus alocuciones e intervenciones de contenido social más relevantes, nos advirtió del peligro evidente de las ideologías cerradas que pretenden convertir al ser humano en un cómodo expediente al servicio de quienes mueven los resortes del Estado o de los mercados. El ser humano, lo repitió hasta la extenuación, es el centro del orden social, político y económico. El ser humano, bien lo sabemos, es el titular de derechos y libertades que el Ordenamiento jurídico ha de reconocer, proteger y promover. La ley es la ordenación racional al servicio del bien común no un instrumento para la dominación de los fuertes sobre los débiles, enseñó tantas veces a legisladores y políticos.
Juan Pablo II es un ejemplo de coherencia, de congruencia, de persona que vivió sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte. Llevó la defensa de la dignidad del ser humano por todo el mundo. Luchó por la defensa de los más débiles, de los enfermos, de los desprotegidos. Especialmente relevante es su defensa de la vida en todos los momentos, desde su concepción hasta la muerte natural. Era consciente de que tenía en depósito una doctrina que libera al hombre plenamente de las mezquindades y miserias de este mundo. Por ello, y porque actuaba solo para el Creador, no cedió ni a los encantos del poder ni a los halagos de los fuertes. Nos dio un gran ejemplo de compromiso con los valores humanos de autenticidad y de sinceridad que tanto necesita un mundo dominado, al menos en este tiempo, por el poder, el dinero y el prestigio. Su muerte fue un ejemplo de humanidad. Al final, en su enfermedad última no le importó, en absoluto, aparecer inerme ante los ojos de todos porque hizo de la transparencia su eje de vida.
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