Leonard Cohen: La siesta perfecta

¡ES UN ANUNCIO!

Publicado: 20 sep 2025 - 01:10 Actualizado: 21 sep 2025 - 12:29

Opinión en La Región
Opinión en La Región | La Región

Estoy segura de que podrías dormir de pie encima de un tenedor. Me lo dijo Sonia el primer día que me vio echar la siesta en la cabina de dj del Vai Ven.

La vida, al menos la mía, funciona así, entre siestas. A veces siestas de un minuto. Otras letargo incontrolado.

Sería difícil escoger solo una siesta de entre todas las que he dormido. La primera en el apartamento de Buenos Aires encogido sobre ti con el cerco de baba que ya nunca pudiste quitar. La siesta en Hyde Park. Que me dormí porque me aburrí de esperar a que apareciese alguna ardilla. Quizás cualquiera de las que duermo a diario en el chaise long con los gatos encima. Con los gatos al lado. O en la que me desperté de pie con la cama mojada.

He pensado en todas las siestas que tuve que dormir para aguantar las noches. Para que la gente me soporte.

Sucedió hace mil años. Que me eché una siesta con Leonard Cohen.

Era domingo, lo recuerdo bien por como terminó, que los domingos a nadie le interesa como empiezan. Había quedado con algunos amigos a la hora de merendar, esa hora en que uno no sabe si beber un cola cao o un Larios que asiente la grasa de la comida a domicilio. Teníamos entradas para ver a Leonard en el Paco Paz, un acontecimiento extraordinario para esta ciudad. Quizás el segundo más reconocido de nuestra historia, que el primero fue aquel pobre hombre que murió aplastado mientras practicaba la sexualidad con una gallina.

En el polideportivo estaba todo el mundo. Los melómanos. Los políticos. Los que nunca escuchan música. Los que escuchan de más y solo van para examinar. Si he de ser sincero, yo solo fui porque mi casa era insoportable.

Desde la grada, porque los asientos a pie de escenario estaban reservados para personajes de clase social alta, se distinguía todo a la perfección. Las coristas. La cadencia pausada de los paseos de Leonard. El resistir. Pude ver como la caspa del sombrero flotaba con cada movimiento como si fuese la llovizna de febrero.

Para cuando quise darme cuenta había pasado una hora, y el pobre Leonard anunciaba un descanso de treinta minutos. Los escenarios, como cualquier oficio, también se merecen parar algunas veces.

Me recosté en la butaca naranja de plástico. Con los brazos cruzados a la altura justa para poder apoyar la barbilla. Cerré los ojos y clausuré los oídos.

Soñé con aviones plateados.

I don’t need you, And all of that jiving around

Me desperté justo antes del aplauso, de manera orgánica porque mi subconsciente siempre fue más ágil que yo. Normal. Nunca fui capaz de hablar a la velocidad que pienso.

Al terminar Sara, Javi y yo nos fuimos a un bar. El domingo nunca llego al final.

Espero que Leonard no me escuchase roncar.

Contenido patrocinado

stats