Benjamín Macía, un matemático elegante

Publicado: 20 sep 2024 - 00:07 Actualizado: 21 sep 2024 - 11:24

Los Benjamines están de moda, sobre todo en el campo de las matemáticas. Este 2024 fue el año del salto a la fama y descubrimiento universal de un escritor chileno, Benjamín Labatut, que en tiempo récord realizó la proeza de generalizar el interés sobre arcanos matemáticos antes reservados a muy pocos. Logró esta insólita hazaña literaria en solo tres años, los que van desde la publicación en 2021 de “Un verdor terrible” (entre los 100 mejores libros de la historia para el “New York Times”) hasta el pasado, que llevó a imprenta “Maniac”, centrado en la figura de John Von Neumann, precursor entre otras muchas cosas de la moderna computación y de las bases de la matemática cuántica o la teoría de juegos.

A las 14:05 comenzará el resto de su vida, tras impartir su última clase en el Instituto Blanco Amor

En nuestra provincia -procedente como el otro gran matemático del siglo XX ourensano, Germán Ancohechea, de la comarca de Trives- también tenemos nuestro particular Benjamín divulgador, profesor e investigador incansable: Benjamín Macía Fernández, para quién hoy es un día muy, muy especial: a las 14:05 comenzará el resto de su vida, tras impartir su última clase en el Instituto Blanco Amor al curso de 2º de Bachillerato.

Aunque a su inseparable modestia le rechinará, la comparación con las grandes personalidades antes citadas no es baladí ni grandilocuente. De hecho, su gran humildad es la responsable de que se desconozca por el público general la reciente felicitación que acaba de recibir de la Universidad de Yale por la calidad de su docencia (una alumna ourensana de la prestigiosa universidad lo citó allí como “su mejor profesor”) elegido de entre tres centenares de propuestas, de las que sólo 15 son matemáticos, y de ellos 13 americanos otro de Hong-Kong.

Catedrático de Enseñanza Secundaria, profesor asociado del Departamento de Matemáticas de la Universidade de Vigo, sus primeras cuentas las echó de niño trabajando sin descanso en la tienda de ultramarinos de sus padres en Trives. Cuando no estudiaba, despachaba y reponía, hasta que su profesor de la escuela pública, el polifacético Emiliano Valsa, se fijó en él y rogó a sus padres que enfrentasen el prodigioso esfuerzo que suponía, en el precario Ourense de posguerra, enviar a su hijo a estudiar a la capital.

Afortunadamente, sus progenitores asumieron con gusto esta tarea, y los frutos compensaron largamente el sacrificio. Entró como interno en los Salesianos con 12 años, dónde además de alumno fue monaguillo, junto con su amigo Javier Prado (futuro catedrático de Economía) y tras algún que otro incidente con unas obleas mojadas por la lluvia, entabló amistad con el histórico profesor de matemáticas Andrés Gómez -don Andrés, para generaciones de estudiantes- tras ser el único en resolver en clase un problema peliagudo que nadie más pudo desarrollar. Desde entonces, don Andrés guiaría su vocación por las matemáticas.

En la universidad hubo de duplicar de nuevo su condición de estudiante con la de currante, para poder pagarse los estudios. Sirvió mesas en el compostelano comedor del Colegio La Salle y obtuvo unos resultados brillantes, aunque las ajustadas economías de entonces le impidieron continuar la vía académica en aquel momento. La vida universitaria le premió además con el mejor regalo, el de resolver su mejor ecuación: allí conoció al binomio inseparable de toda su vida, su esposa, María Dolores Bellas.

Militó también en de la selecta tribu de los profesores vocacionales, volcados en sus alumnos, hacedores de ambición formativa gracias al fomento sabio de esa gran herramienta de la educación: la curiosidad

Mientras preparaba la oposición, volvió a Salesianos, y ya pronto obtuvo plaza provisional en el Instituto de O Carballiño y definitiva en el Blanco Amor, ciclo que culmina hoy a las dos de la tarde. La llegada del Campus de Ourense también habría de darle a su carrera docente el barniz universitario que siempre mereció, como profesor en distintos grados, el último en Ingeniería Aeronáutica. Corrector de Selectividad y miembro altruista del Grupo de Resolución de Problemas, militó también en de la selecta tribu de los profesores vocacionales, volcados en sus alumnos, hacedores de ambición formativa gracias al fomento sabio de esa gran herramienta de la educación: la curiosidad.

Precisamente la satisfacción de la curiosidad, la propia y la ajena, habría de llevarle a saldar una deuda con su Trives natal, acabando -junto con el profesor José Ángel Cid- por ser el biógrafo de Germán Ancohechea Quevedo, su vecino que en 1946 fue el único matemático español presente en la conferencia “Problems of Mathematics” con que la Universidad de Princeton celebró su bicentenario.

Comentábamos al principio el singular trabajo divulgativo de Benjamín Labatut al acercar las matemáticas (y la física) al gran público, en el que hace énfasis en el concepto de “elegancia“ que usan los matemáticos referido a la limpieza y belleza que puede (y debe) encerrar una ecuación o un postulado. Pues bien. Podríamos decir de Benjamín Macía que es un tío elegante, del que sus amigos destacan la sensatez y la dedicación.

Sin embargo, el hito fundamental de Benjamín Macía, tanto académico como personal, es otro. “Benjamín” significa en hebreo antiguo “hijo de la mano derecha”, en una metáfora bíblica sobre el duodécimo hijo de Jacob, que habría de ser uno de los padres que llevarían de la mano a las 12 tribus de Israel.

Y es que Benjamín Macía, en todos estos años de docencia, ha sabido llevar de la mano, acompañar y guiar en el proceloso mundo de las matemáticas y las vocaciones a los

estudiantes que hemos tenido la suerte de ser sus alumnos. A él le dedicamos hoy esta ecuación, que esperemos considere tan elegante como para nosotros ha sido y será siempre su ejemplo como ser humano.

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