Jorge Vázquez
SENDA 001
Dejar de mirar el reloj para empezar a mirar el horizonte
LA OPINIÓN
El Chava Jiménez, rey del Angliru, imprimía magia a pedaladas. Se deprimió tras perder la varita de los trucos. Falleció mientras enseñaba a otros internos de su clínica las gestas que ya no podía rubricar. Tenía 32 años.
Yago Lamela volaba. Lo aclamaban como a un Mesías y osó tutear a Pedroso, pero se le viró el viento en la retirada. El foso era de arena y fantasmas. Lo hallaron muerto en su casa. Tenía 36.
El magnetismo de Jesús Rollán abrasaba tanto que hasta enamoró a la Infanta. Aquella generación disoluta del waterpolo le explotó el éxito en las manos. Fue un muñeco deshilachado por las drogas. Se arrojó desde una terraza a un vacío mayor que el de su pecho. Tenía 37.
Erica Blasberg se convirtió demasiado pronto en una perla del golf tras ganar un potosí. En la puerta dejó una maleta preparada para un torneo de Alabama que nunca pisó. La encontraron muerta con un cóctel de pastillas en el estómago y una bolsa en la cabeza. Tenía 25.
Robert Enke sería el portero de Alemania en el Mundial de Sudáfrica. Tras su paso por Barcelona contrajo un terrorífico miedo al fracaso. Ocultó sus depresiones para que no empañasen su carrera y se acabó lanzando a las vías del tren. Tenía 32.
El think positive y la cultura del esfuerzo son peligrosos cuando se olvidan de la cabeza
Kelly Catlin era una mujer modélica. Coleccionaba medallas en ciclismo, cursaba una ingeniería en Stanford y tocaba el violín. Para cumplir con cada estatus hacía “malabares con cuchillos”. Advirtió que era necesario poner límites y pedir ayuda, pero nadie la escuchó. Se quitó la vida en su casa de California. Tenía 23.
Esos cuchillos se abalanzan como estiletes sobre las mentes de los deportistas. Muchos no saben qué hacer con ellos. Cómo asirlos. Cómo esquivarlos. Cómo evitar que les horaden el alma. Sin herramientas, algunos, pagan el precio más caro, mártires de la salud mental. Pero en medio de tanto desgarro surgen escudos humanos luminosos que dan un paso al frente y esgrimen su torso para frenar el holocausto. Porque cada vez que un referente se frena en seco para priorizarse, se hace la luz.
Se hace la luz con la renuncia de Ricky Rubio a la NBA para acabar siendo feliz con la Penya. Con las sombras de Andrés Iniesta que reconduce y anota el gol por antonomasia. Con las 28 medallas de Michael Phelps que interrumpe para sanarse del abismo del suicidio. Con la pausa de Anisimova para vencer al duelo y al bullying y desembocar en la cima del tenis. Con la prioridad que da Naomi Osaka a su psique por delante de cualquier Grand Slam. Con el plantón de Simone Biles en medio de unos Juegos cuando la cosa no va bien.
El think positive y la cultura del esfuerzo son peligrosos cuando se olvidan de la cabeza. En el deporte se romantizan continuamente mensajes con doble filo. Que podemos con todo. Que si duele, es bueno. Que rendirse no es una opción. Que va a ser un gran día y que nos vamos a comer el mundo. Pero no. No siempre se puede. Y aceptarlo es conditio sine qua non para rematar pudiendo. Después de poner el foco en la vida.
Hace dos días celebrábamos el Día Mundial de la Salud Mental. Cada 40 minutos se suicida una persona en el mundo. También deportistas. Conviene tener presente, que no hay nada más valioso que una mente sana. Mucho más que todo el oro, plata o bronce del mundo. Ganar es siempre seductor. Parar, irremediablemente necesario.
@jesusprietodeportes
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