Opinión

LA ODISEA DEL ALMIRANTE CAMILO MOLINS

Nadie mejor que este marino del cuerpo general de la Armada para simbolizar la tragedia de muchos hombres legalistas y ponderados frente a las crisis históricas. En la Cartagena de aquel verano de 1936, tan cargado de pasión, el contralmirante Molins Carreras era segundo jefe de la base naval y jefe del arsenal. Su actitud frente a la manifestación republicana de la calle y la conspiración de sus compañeros del cuerpo general se decide por su lealtad al Gobierno. La historia de Molins hasta el 18 de julio es una hoja brillante dedicada enteramente al servicio de la Armada. Desde el 9 de julio de 1894, en que ingresa en el cuerpo, hasta julio de 1934, en que asciende a contralmirante, han pasado cuarenta años de servicios y total entrega. Ante el hecho del alzamiento militar, si sus simpatías parecen estar al lado de sus compañeros de escalafón, comprometidos en su mayor parte, su sentido de la disciplina y el juramento que hizo en su día de lealtad al Gobierno, no se subleva. Por otra parte, las fuerzas adictas al Frente Popular se han adelantado en la base aérea de Los Alcázares, desde donde han dominado la sublevación iniciada en la aeronaval de San Javier. Molins se mueve entre los oficiales conspiradores que tratan de proclamar el estado de guerra, y el comandante militar de la plaza, que se mantiene fiel al Gobierno y controla, además, la artillería de costa. Mientras tanto, el 19 de julio, precisamente, la población civil de Cartagena, adicta al Gobierno, se ha lanzado a la calle y comienza a armarse.


Por otra parte, de madrugada han penetrado en Cartagena los primeros rumores sobre la rebelión de la marinería en la mar contra los oficiales. La marinería, a medida que pasa el tiempo, se muestra molesta, y el contralmirante aprovecha la festividad del domingo para dar permiso de salida a todos los marineros francos de servicio. Esta circunstancia permite a los marineros confraternizar con los milicianos armados. En el electrizado ambiente que reina cunde la especie de que el arsenal está sublevado y los marineros adictos al Gobierno han sido detenidos. La muchedumbre, como reacción, se dirige al arsenal, y el contralmirante Molins, que acaba de poner en libertad al teniente de navío Ruiz de Ahumada, detenido por los conspiradores, franquea la entrada en el recinto a los dirigentes republicanos, para demostrar, por observación directa, que no hay presos en él. Desde luego, están detenidos varios oficiales, bajo la custodia de Molins, a los que les concede cierta libertad de movimientos. Pero los republicanos se adueñan de la base y, seguidamente, destituyen a todos los jefes de sus cargos, tomando posesión del Departamento marítimo el teniente de navío Ruiz, y del arsenal, el maquinista Manuel Gutiérrez. El contralmirante es detenido y puesto a disposición de las nuevas autoridades. A finales de agosto, cuando ya han sido creados los tribunales populares, se celebra el consejo de guerra contra Molins. En el acto del juicio, sin embargo, va a ocurrir algo singular. Cuando todo hacía suponer que sería condenado, la marinería, entre la que el contralmirante contaba con evidente simpatía, interviene enérgicamente a su favor y consigue su absolución.


A partir de entonces, Molins no tuvo ninguna participación en actividades políticas o militares. Se vio obligado a refugiarse en el Gran Hotel de Cartagena con su esposa y sus diez hijos, ocupando unas habitaciones en la buhardilla del edificio. Carente totalmente de medios económicos, la manutención de la familia Molins corrió a cargo de los dueños del hotel, en cuya compañía vivía. Pero los intensos bombardeos que sufrió por entonces Cartagena obligaron a evacuar la población civil de la ciudad. Molins salió, naturalmente, con su familia, en compañía de los dueños del hotel, trasladándose a una pequeña finca del término de Los Velones, pueblecito situado muy cerca del mar Menor, donde permanecieron todos hasta el final de la guerra, en abril de 1939, que sorprendió a la familia Molins viviendo de un modo miserable de los escasos ingresos que podía obtener el contralmirante trabajando de hojalatero. La odisea de Molins, que traemos hoy aquí, culminó con su fusilamiento por parte de los militares que acababan de ganar la contienda.

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