Jesús Prieto Guijo
LA OPINIÓN
Parricidio en El Palmar
Melissa es el decimotercer ciclón tropical con nombre que se forma en el Atlántico en 2025. Cuando se haya publicado esta columna y se encuentre a disposición del lector, ya se conocerá la magnitud del desastre que habrá causado en Jamaica, pues se prevé que atraviese la isla caribeña durante la jornada del martes. A estas horas, su sombra simplemente se alarga como un funesto augurio, demasiado claro.
Las nubes que avanzaban pesadas eran la metáfora de un caos por venir y que hoy será, desgraciadamente, portada internacional. Las alertas están disparadas, se han cerrado los aeropuertos y se han emitido órdenes de evacuación de zonas vulnerables. Más de 80 refugios han sido activados Las últimas imágenes del cielo este lunes apuntaban ya a la categoría 5 -la máxima- con vientos sostenidos de más de 250 km/h, antes de su arribo pleno.
La lluvia torrencial no solo moja, sino que arrastra: enseres, memoria, historia y futuro de comunidades enteras. Las autoridades piden obediencia, pero ya sabemos que la obediencia no siempre vence al deseo de permanecer, al arraigo de las raíces, al hogar que cualquiera se resiste a abandonar. Y justo ahí, en ese cruce entre lo elemental y lo implacable, se va a decidir gran parte de la historia que hoy describen los diarios de medio mundo.
Cuando la marea sube, las olas se alzan como gigantes que practican su entrada. Cuando el viento se desata, arremete con instantes de dominio. Y la lentitud del huracán -avanzando con paso de caracol, a 6 km/hora- no es gesto de entrega, sino de acumulación: más tiempo de látigo, más tiempo de lluvia, más tiempo de destrucción. Por desgracia, Jamaica entera aguardaba no solamente un golpe, sino una embestida sostenida.
Cuando esta columna vea la luz el miércoles, Melissa ya habrá rematado su curso por la isla, pero aún seguirá liberando su furia por el Caribe
Con un vértigo anticipado ante el peor huracán de su historia, un hilo de resistencia parece que no se quiebra. Lo que el viento destruye, el espíritu jamaicano lo volverá a plantar. En los rostros de las personas, en las colas de los mercados, en las maderas que aseguran ventanas, en los gestos de tregua antes de la tormenta, ya se dibujaba esa fuerza que las autoridades llaman preparación y que, ciertamente, se traduce en comunidad.
Las noticias señalan que esta temporada ya va por encima de lo habitual, que huracanes como Melissa pueden convertirse en norma. De ahí que deba alzarse una reflexión que tendría que resonar como un trueno. Porque este huracán no es solo fenómeno meteorológico. También es el resultado de océanos más cálidos, de patrones que cambian, de costas mancilladas. Y es la pobre Jamaica quien ahora padece las consecuencias con toda su intensidad.
Cuando esta columna vea la luz el miércoles, Melissa ya habrá rematado su curso por la isla, pero aún seguirá liberando su furia por el Caribe. Quizá los vientos hayan amainado, quizá las lluvias hayan cesado, quizá sólo quede su eco de techos arrancados, familias desplazadas, vecindarios aislados. Aunque también quedará la lección de quienes se prepararon, se apoyaron y decidieron no esperar a que el desastre les encontrara indefensos.
Nuestros corazones están hoy con Jamaica. Ojalá que Melissa no solo sea recordada por lo que se llevó, sino por lo que impulsó: unidad, cuidado mutuo, decisión y acción. Porque al final, la verdadera historia no la cuenta el viento. La cuenta quienes permanecen de pie, quienes reconstruyen, quienes viven. Porque la memoria de un pueblo que aprendió a resistir incluso cuando el cielo se cae nada ni nadie la puede borrar. Ni siquiera Melissa.
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