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New Hampton era un típico pueblo de New England, situado en el borde de la Autopista 93, llano en su parte sur, quebrado y montañoso, con majestuosos lagos en su parte norte, y con numerosas estaciones de esquí. Las preside el Washington Mountain, que encabeza una vasta cordillera que se extiende a lo largo de la parte Este de Estados Unidos. Se continúa con las Montañas Apalaches, estados de West Virginia, Kentucky y Tennesse. De población anglosajona, protestante, tenían a orgullo el ser la configuración del auténtico yanqui americano. Los veranos tranquilos, plácidos. Los días de calor húmedo se aliviaban a las orillas de un lago donde la brisa siempre era refrescante. El otoño, un chorro de colores múltiples hacía el viaje por carretera una gozada de chocantes contrastes. Resaltaba el color púrpura, el rojo intenso, el amarillo chillón, el marrón pardo, desvanecido, y el suave violeta de arces, olmos, lilos y robledales. New Hampton contrastaba con la aldea de la Ribeira Sacra que Xusto había dejado atrás, ya tan lejana.</nav> </header> El sosiego de la gente, la paz y tranquilidad a media noche, el ir y venir sin prisas, el hablar pausado, la atención personal y el interés de saber unos de otros, formaba parte de la gran herencia puritana. Con apenas cien casas, algunas esparcidas por el interior de una gran arboleda, tenía en el centro del village una espléndida biblioteca abierta los cinco días de la semana laborales, incluyendo el sábado, con tres dependientas dispuestas a orientar al lector. Muy concurrida a la caída de la tarde, sobre todo en las largas tardes del invierno. Lugar de encuentro de vecinos, de reuniones y de lecturas comentadas en voz alta. Un puritanismo light: una arraigda creencia sobre la moral sexual, y el imperio de la “cultura del trabajo y del esfuerzo” frente a la “cultura del tiempo libre y del ocio”.
En el alto de las montañas, a veces una laguna formada por ágiles y nerviosos castores. O un profundo lago en la unión de varias laderas, de aguas cristalinas, claras. Sobre ellas saltaban las truchas ansiando la mosca que levemente iba rozando en diminutos saltos las serenas aguas. Había que medir la pieza y no pasar de las pulgadas permitidas. Asombraba la quietud del paisaje, el suave murmullo de las aguas deslizándose en pequeños arroyuelos, gélidas, debido al reciente deshielo; el esmerado cuidado con que se vigilaban los espacios abiertos, en plena naturaleza. Era aparatoso caminar por los extensos bosques, tupidos de abetos y pinos. Uno pensaba que tal vez abrías un sendero nunca transitado.Viejos árboles, ya caídos por el peso de la nieve, del hielo y del fuerte viento invernal, se asentaban unos sobre otros, allí ocultos, perdidos, por cientos de años; espacios salvajes (wilderness) raramente transitads.
La vida social en New Hampton era mínima, insignificante, continúa Xusto Varela. En las largas invernadas la única salida el esquí. La otra, la pesca sobre el hielo. El más frecuentado, el lago Winnipesaukee, con una extensión de más de cincuenta kilómetros de largo y diez de ancho. Otro pasatiempo, la reunión de amigos o parejas en la casa de uno de ellos. El protocolo estaba bien establecido. Se participaba con una botella de vino selecto, o un buen postre; se tomaba de entrada el whisky de rigor; se cenaba estilo buffet, y se cerraba la reunión con unos licores. Hoy tú, mañana yo. De cortesía, seguir el turno de invitaciones. Una vez en el círculo, eras asimilado como parte del grupo. Nunca Xusto se sintió discriminado. O extranjero.
(Parada de Sil)
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