José Ángel Vázquez Barquero
Las cuentas de la longevidad
Con motivo de la próxima presentación en Vigo de un adelanto de mis memorias, en forma de una separata de entrevistas y testimonios de diversos personajes de lo más variado, desde Gil Robles a Líster, Gutiérrez Mellado o Celia Gámez, me han preguntado cuáles son, dentro del conjunto de esas personas notables, en diversos ámbitos, a las que conocí a lo largo de mi vida profesional, cuales me impresionaron más y de las que guardo especial recuerdo. Y cité a dos, ambos gallegos: Eduardo Barreiros, que me sorprendió por su sencillez y proximidad cuando lo entrevisté en Carballiño en 1971, y José Fernández, de Pescanova.
Era un hombre sencillo, pese su posición social de entonces, fiel su extracción de origen y a su trayectoria
En el primer caso, gracias a mi amistad con el alcalde de Carballiño, Javier Perea, me enteré de que Eduardo Barreiros andaba por aquellas comarcas buscando oro. Era un hombre sencillo, pese su posición social de entonces, fiel su extracción de origen y a su trayectoria. Me acuerdo de aquella larga entrevista que sostuvimos sobre el terreno en marzo de 1971, y los detalles de aquella búsqueda. Alguna vez me he referido a los esfuerzos por intentar volver a poner en producción las vetas de las minas romanas de Brués, en el ayuntamiento de Boborás, que son un fenómeno cíclico y frustrado hasta el presente. Con todo, el intento más serio y ambicioso se llevó a cabo hace casi medio siglo por Eduardo Barreiros, que no sólo andaba en la búsqueda de oro, sino otros metales y hasta uranio, pues las probas extraídas entonces se enviaban a analizar a la Xunta de Energía Nuclear. La empresa de Barreiros se llamaba “Oficina de Inversiones S.L.
En cuanto al otro gran personaje, 15 de enero de 1993, el Ayuntamiento de Redondela le rindió homenaje al empresario José Fernández, también conocido como Pepe Fernández o “Antón de Marcos”, otro de los más irrepetibles capitanes de empresa con los que tuvo la fortuna de contar este país. Tuve la suerte de estar allí y de hacerle una larga entrevista sobre su vida. Visionario creador de riqueza, mecenas generoso, hombre de privilegiada inteligencia, mantuvo hasta el final el aliento de los grandes espíritus. Lástima que no reposa en la tierra que tanto le debe. El día que se dio su nombra en Chapela a la calle que baja a Pescanova fue de las últimas veces que lo vimos en público.
Su memoria parece haber sido mejor tratada y conservada en Mérida que en Galicia
Decía de Fernández Valentín Paz-Andrade, su compañero de tantas realizaciones, que éste era “Dramatis personae” en varios escenarios, el mayor de Galicia, en la empresa y la cultura. Me contaba uno de sus colaboradores que cuando viajaba por el mundo recogía toda clase de muestras de plantas o materiales que pudieran ser aprovechados en Galicia. A su entonces arriesgada iniciativa se debe la descubierta de los mares que serían las grandes despensas de pesca para la Humanidad. Allá mandó en descubierta a los buques “Lemos” y “Andrade” que tanto éxito tendría en la explotación de la Patagonia y Sudáfrica. Curiosamente, su memoria parece haber sido mejor tratada y conservada en Mérida que en Galicia. Ambos merecen ser recordados en su tierra.
En el caso de Fernández, su impronta en el sector ganadero y pesquero se completó con la creación de una importante infraestructura de frio industrial que absorbiera la enorme producción en ese terreno de Galicia. Pionero en la industria de la congelación a bordo y, en la medida que avanzaron los derechos de los países ribereños de los grandes bancos, fue un alertado creador de empresas mixtas y convenios con los mismos. Muchas anécdotas muestran la intuición singular de Fernández, como su papel en el descubrimiento de las posibilidades del calamar de Bostón, fruto de su lectura de revistas especializadas. Tanto a esa zona como a la de Nueva Zelanda mandó a investigadores para estudiar sobre el terreno sus posibilidades.
Fueron dos personajes irrepetibles y yo presumo de haberlos conocido
En el caso de Brués y de Eduardo Barreiros, lo cierto es que su empresa enterró una buena cantidad de dinero en la experiencia, por la gran ilusión que representaba. Las muestras recogidas se enviaban a analizar a Madrid. Se trataba de saber las concentraciones de oro, plata y calcopirita. Perea insistía que lo que se buscaba era uranio. La fundación que lleva su nombre ha agradecido mis artículos lejanos y más recientes en los que yo recordé diversos episodios de su vida. Cuando Eduardo Barreiros fallece en La Habana (Cuba) el 19 de febrero de 1992 estaba planeando iniciar una nueva etapa en Angola. Era una mente tan fecunda como la de Fernández. Fueron dos personajes irrepetibles y yo presumo de haberlos conocido.
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