La necesaria tarea de reivindicar la paz

Publicado: 05 dic 2024 - 00:50

En un mundo como el actual es difícil no vivir conteniendo el aliento. A golpe de mala noticia y salvaje vulneración de derechos humanos, sea en Gaza, en Ucrania, en Líbano, en Yemen o en el Tigray, parece imposible pensar en construir escenarios de paz bajo la acelerada vorágine de un tiempo histórico como el actual.

Los conflictos crecen y nos muestran los vasos comunicantes de un mundo ya incontestablemente multipolar. Un mundo donde el hegemon de antaño, EEUU, no es capaz de imponer su pax romana y la democracia liberal es cuestionada desde dentro por mandatarios iliberales. Un mundo donde hay mandatarios perversamente interesados en derribar el papel de las organizaciones multilaterales diseñadas en tiempos de posguerra para mantener un orden global de paz y seguridad.

El avance ruso en Ucrania se salda con un retroceso de su aliado Al Assad en Siria, donde vuelve la guerra (la violencia desgraciadamente no se había ido) tras la caída de Alepo bajo unos yihadistas que esconden aliados imposibles. Bajo la bandera “rebelde” y “yihadista” en Siria, están intereses tan teóricamente irreconciliables como coincidentes: Turquía, Estados Unidos, Arabia Saudita, Israel o Qatar.

El alto el fuego entre Israel y Líbano (o más bien el cese de bombardeos continuados sobre la población civil libanesa por parte de Israel) no alberga un acuerdo de paz, sino la necesidad táctica de ambas partes (Israel y Hezbolá) de ganar tiempo. El coste de mantener la guerra es más alto que el beneficio, pero desgraciadamente -tras 4000 civiles libaneses muertos y 1.200.000 desplazados- todo indica que Israel retomará la ofensiva cuando pueda desviar tropas de la masacre de Gaza hacia Líbano y el Golán.

Georgia, país del Cáucaso de condición de bicontinental por su posición de costura geográfica entre Asia y Europa, se agita estas semanas en una revuelta que, más allá de su matriz democrática, expresa nuevamente la tensión geopolítica que condiciona la paz en Europa y atraviesa todo el espacio postsoviético, de Ucrania a Moldavia, de Georgia a Nagorno Karabaj. Una parte de los georgianos quiere avanzar hacia la Unión Europea, la otra, mantenerse como están. Y todo este conflicto creciente hunde sus raíces en la caída de la Unión Soviética y la voluntad de Rusia de recuperar territorio e influencia tras la expansión de la Unión Europea y la OTAN.

Pero, ¿hay lugar para la esperanza y la paz ante tanto conflicto abierto? La hay y sería bueno que empecemos a poner en valor procesos de paz, dialogo, erradicación de la violencia y normalización democrática que hace décadas parecían imposibles y hoy son una realidad tan normalizada que a veces olvidamos recordar, poner en valor y reivindicar.

Este fin de semana ha habido elecciones en Irlanda. En un conflicto que se extendió desde 1960 hasta 1998 más de 3.500 personas perdieron la vida. Sin embargo, Irlanda es hoy, al norte y al sur, un próspero territorio en paz. El pulso de la sociedad y los Acuerdos de Viernes Santo pusieron fin al conflicto en Irlanda del Norte acordando un sistema de gobierno compartido entre las comunidades protestante y católica que hoy llega al grado de hacer convivir democráticamente en el poder a expresiones políticas que durante 40 años se enfrentaron por la vía paramilitar.

Tras más de 220.000 muertos y 50 años de violencia, la paz en Colombia fue articulada (para estupefacción de sus aliados patrios, especialmente de José María Aznar) por José Manuel Santos, un presidente conservador. Y con todas las dificultades, el actual presidente, el progresista Gustavo Petro, continúa la senda del entendimiento y el diálogo tratando de hacer de Colombia una “potencia de la vida”, o lo que es lo mismo, de consolidar un ejemplar proceso de reconciliación y paz.

Y creo francamente que poco se reivindica la normalización democrática en el País Vasco. Debería ser un orgullo hablar de un proceso que ha acabado con 40 años de violencia y decir alto y claro que, más allá de las instituciones, fue el tesón y la capacidad de pensar en el futuro del conjunto de la sociedad vasca lo que ha hecho que en Euskadi la violencia sea ya y para siempre pasado y que, le pese a quien le pueda pesar, la normalidad democrática sea sinónimo de bonanza y reconocimiento de la pluralidad.

Paradójicamente, todo proceso de erradicación de la violencia es doloroso e implica sacrificios y generosidad a las partes. Y es obvio que ni Irlanda, ni el Pais Vasco, ni Colombia, son Ucrania, Siria o Yemen. Pero no viene mal, en tiempos de exabruptos y belicosidades, recordar que incluso cuando parece imposible, la historia presente nos explica que con empeño y esperanza es posible conseguir la paz.

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