Los negocios de Trump se abren paso

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Una nueva era. El presidente de Estados Unidos impone hechos consumados, sin previo aviso ni aliados, posando con figuras controvertidas para luego negociar desde posiciones creadas por la fuerza.

Publicado: 18 may 2025 - 05:15

Pozo de petróleo en Siria.
Pozo de petróleo en Siria.

En su segundo mandato, Donald Trump no deja espacio para la indiferencia. Como figura hegemónica e imprevisible, ha convertido la política exterior de EEUU en un reflejo directo de su voluntad personal, una expresión de su poder como individuo.

Lejos de los cauces tradicionales, el inquilino de la Casa Blanca ha comenzado a redibujar el mapa de Oriente Medio y, al hacerlo, también ha empezado a reformular la proyección global de EEUU como potencia. Lo que está en juego no es solo la estrategia americana en una región volátil, sino el modelo mismo de orden internacional que Washington ha defendido –y en ocasiones impuesto– durante décadas.

Marcado por el caos operativo y varios reveses legislativos, Trump ha introducido una lógica propia en la política global: una lógica transaccional, impredecible, personalista y, al mismo tiempo, ideológica, aunque no lo aparente. Trump actúa como un emperador que no obedece ni a cánones de política exterior tradicional ni a las reglas del consenso. Prefiere crear hechos consumados, fotografiarse con líderes impresentables, y luego negociar a partir de esas realidades nuevas, impuestas con firmeza, sin previo aviso y, a menudo, sin aliados estables.

Su reciente visita a Oriente Medio no solo ha ratificado ese estilo, sino que lo ha elevado a una nueva dimensión. Trump anunció el levantamiento de sanciones a Siria y ofreció la imagen más simbólica de su viaje: un apretón de manos con el presidente sirio Ahmed al-Sharaa, un antiguo dirigente vinculado a al-Qaeda y el Estado Islámico. Para los sectores más tradicionales de la política estadounidense, el gesto fue poco menos que una herejía. Para Trump, fue simplemente una transacción con beneficios geoestratégicos inmediatos.

Este movimiento no es un caso aislado. Forma parte de una ofensiva diplomática que busca restituir el control estadounidense sobre Oriente Medio, pero ya no mediante la tutela de Israel ni a través del discurso democratizador que popularizaron los neoconservadores tras el 11-S. Trump ha abandonado ambos paradigmas. Su enfrentamiento abierto con los postulados del neoconservadurismo –“destruyeron más naciones de las que construyeron”, dijo en Riad– y su marginación de Israel en acuerdos cruciales, revelan un giro profundo. Su política hacia la región ya no gira en torno a la normalización con Tel Aviv. La guerra en Gaza, la violencia israelí y la rigidez de Netanyahu han contribuido a ese cambio.

Trump ha optado por una vía alternativa: negociar con actores que durante décadas fueron considerados enemigos irredimibles. Ha iniciado conversaciones directas con Irán y Hamás, ha pactado un alto el fuego con los huzíes, y ha propuesto un acuerdo nuclear civil con Arabia Saudí sin exigir, a cambio, una reconciliación con Israel.

Trasluce el espíritu de William McKinley. Como aquel presidente de finales del siglo XIX, Trump utiliza el músculo económico y militar de EE UU para imponer un nuevo orden de carácter imperial, pero sin declarar el imperio. Sus provocaciones respecto a Groenlandia o su interés renovado por el canal de Panamá son síntomas de esa voluntad expansionista apenas velada. Al igual que McKinley, Trump opera con una lógica de realpolitik envuelta en espectáculo. La diferencia es que lo hace en una era en que las imágenes y los gestos tienen tanto o más peso que los tratados.

@J_L_Gomez

Al alza | La fragmentación

El estilo unilateral y coercitivo de Trump ha generado una firme resistencia por parte de actores clave como China, Canadá y la Unión Europea. En lugar de consolidar esferas de influencia, sus acciones están acelerando la fragmentación del sistema internacional. Ante el repliegue normativo de EE UU, se abre la posibilidad de que la UE asuma un papel central en la configuración de un nuevo orden global basado en el mercado abierto, el Estado de derecho y la democracia liberal.

A la baja | La ortodoxia

Los movimientos de Donald Trump desafían toda ortodoxia anterior y descolocan tanto a aliados como a rivales. Impone un orden inestable basado en lealtades volátiles. Trump exige una sumisión simbólica a su liderazgo, aunque sin rituales formales. Sin embargo, a diferencia de los sistemas que garantizan estabilidad jerárquica, su estilo transaccional genera un orden internacional frágil, marcado por relaciones bilaterales improvisadas, rupturas inesperadas y alianzas inconstantes.

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