Fernando Ramos
HISTORIAS DE UN SENTIMENTAL
El Archivo Llanos de Ribadavia y las fotos de la campaña de África
La UE agoniza, y como hacen los malos dictadores desesperados ante la cercanía de su ocaso, no da tregua en la implantación de ideas perversas. Von der Leyen y Lagarde están pisando a fondo el acelerador de su propia moneda digital. La quieren ya. El euro digital tiene todas las desventajas del euro convencional, y todas las desventajas de una moneda digital.
Habría que preguntarse por qué siempre van al revés del sentido común y de Trump, indistintamente. El presidente de Estados Unidos firmó en enero una orden ejecutiva que prohíbe “el establecimiento, la emisión, la circulación, y el uso de las Monedas Digital de los Bancos Centrales”. Es decir, no habrá un dólar digital. Y sí habrá un euro digital.
Dice Lagarde que la llegada del euro digital no eliminará el dinero en efectivo. Por supuesto, señora. Gracias por tomarnos por idiotas. Con rechazo mayoritario en las encuestas, si la implantación del euro digital llegara junto al anuncio oficial del fin del efectivo en la UE, Lagarde tendría que ser evacuada en helicóptero desde el tejado del Banco Central Europeo, mientras el edificio es pasto de las llamas y el asedio de la mayoría indignada. Mienten con desdén. El euro digital terminará con el dinero en efectivo, sí. Es una tentación inevitable para los dinosaurios de Bruselas renunciar al control total.
Será igual que el yuan digital del partido comunista chino. Al contrario que las criptomonedas actuales, anónimas y descentralizadas, estas monedas centralizadas en torno a los gobiernos permiten a los políticos integrar datos de los ciudadanos y cruzarlos al instante con cualquier otro organismo, como el sistema de crédito social chino, para conocer los patrones de compra y transacción, o perseguir por cualquier razón a los ciudadanos ideológicamente incómodos.
Las monedas digitales en manos de Bancos Centrales podrían permitir a gobiernos voraces, como el de Sánchez –que apoya con entusiasmo el euro digital-, deducir impuestos automáticamente, congelar fondos, cobrarse multas, incluso, como denunció Naomi Brockwell, “programar el dinero que permanece en una cuenta bancaria para que no tenga valor si permanece demasiado tiempo con el fin de incentivar el gasto”.
Es un plan demoníaco de las élites de Bruselas para imponer el socialcomunismo en toda la Unión, e implantar el control de masas antes de que un nuevo barrido electoral termine de llevarse por delante a las izquierdas europeas, en trágica agonía en Occidente.
Estas monedas centralizadas en torno a los gobiernos permiten a los políticos integrar datos de los ciudadanos y cruzarlos al instante con cualquier otro organismo
Nuestros lejanos antepasados cambiaron el trueque directo por bienes de intercambio. El dinero primitivo fueron ciertos metales preciosos. En Turquía, en torno al 600 antes de Cristo, comenzaron a circular monedas, aunque nadie sabía para qué demonios utilizarlas porque no había aún máquinas de tabaco. El valor de la moneda lo cifraban los gobernantes. Ya no era necesaria la doble coincidencia de necesidades que exigía el trueque. De ahí a nuestra era ya conocemos la historia.
La evolución del dinero recorre el camino inverso al de nuestra privacidad. Del intercambio de ganado, que solo constaba a los dos protagonistas, al euro digital, donde desde la AEAT hasta el último bobo de la UE podrían trazar a qué dedicamos el tiempo libre, a quién regalamos qué, nuestros patrones de movilidad, y cuánto dinero tenemos en este instante en el bolsillo. Eso sin mencionar a los hackers.
De haberlo tenido los de la Segunda República, el genocidio de media España habría sido el éxito que no lograron, y la gran mayoría no estaríamos aquí. Por poner un ejemplo. Es, en definitiva, el final de nuestra privacidad, el final de los agentes de Inteligencia, el final de la limosna en el bote, y lo que es más grave: el final de los inspectores de Hacienda. Algo bueno tenía que tener.
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