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Jesús Prieto

Ourense, capital Nairobi

Publicado: 11 nov 2024 - 02:10 Actualizado: 11 nov 2024 - 11:43

Hubo un tiempo en que la capital de Ourense era Nairobi. En la primera década del nuevo milenio los atletas kenianos se instauraron en el podium de la Popular de San Martiño con una frecuencia convertida en hábito. Fue un fenómeno que ya se puso en marcha en los últimos coletazos del siglo XX. Robert Mudago, David Kemei, Philip Kipkoech, David Kilei, Peter Kamais, Masai Titus, Sergei Barnaba o Daniel Kiplagat, entre ellos; así como Salina Kosgei, Irene Kwambai, Beatrice Jepchumba, Salome Chepkwenoi o Joyce Chepkirni, entre ellas, se convirtieron en las y los absolutos dominadores de unos diez quilómetros en los que rara vez un corredor blanco conseguía situarse en las primeras posiciones de aquella locomotora negra.

Era otra época en la que un rebumbio cosmopolita agitaba la consabida parsimonia de Ourense para arrastrar a cualquier espectador a la hipnosis de la serpiente multicolor. Las carreras populares de atletismo se parecen, irremediablemente, a la mesa de estudio de un opositor. Y, cuando juntas en la misma prueba a diez mil almas ataviadas con camisetas de los colores más llamativos, es probable que agotes, en más de una ocasión, la gama cromática de los subrayadores Stabilo.

Ourense seguirá construyendo, por muchos años, esa serpiente multicolor que embriaga a los pequeños y enorgullece a los mayores

De la mano de mi padre comencé a contemplar aquel espectáculo para los sentidos. La calle ourensana de tautológico nombre, El Paseo, ofrece medio kilómetro de carrera desde los jardines Padre Feijóo hasta el parque de San Lázaro. Nos situábamos a los pies del majestuoso edificio Viacambre, porque también era el lugar elegido para cabalgatas y procesiones, pero cualquier espacio de aquel vial era una explosión de ocio.

Estaban las atracciones del salón recreativo de la cafetería José Antonio, los helados de la Ibense, las garrapiñadas de la Grandina, los muñecos de goma del Bazar la Gallega, las revistas de La Región, y el baqueteo incesante de la batería de Andrés Abellás. Pero cuando los días se hacían más cortos y el suelo se cubría de un manto de hojas, el aroma a castañas asadas y chocolate con churros se apoderaba de una calle que también encontraba su atractivo en aquella maraña fluorescente de piernas fibrosas que pisaba sus charcos de manera vertiginosa.

Hoy han cambiado muchas cosas, quizás demasiadas, de esa lista de recuerdos felices de un Ourense vintage. Pero ver cómo la ciudad se sigue echando a la calle para hacer deporte cada fin de semana más próximo al 11 de noviembre nos hace regresar a un desván lleno de memorias vívidas. Ourense seguirá construyendo, por muchos años, esa serpiente multicolor que embriaga a los pequeños y enorgullece a los mayores.

Haber recorrido la calle del Paseo en sentido inverso al habitual ha sido una maravillosa experiencia de regresión. De rebobinar las manecillas del reloj para volver a todos aquellos lugares en los que fuimos felices. De ver a mi padre animando a los pies del majestuoso edificio Viacambre y de volver a ser un niño feliz pisando los charcos del otoño.

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