Patapalo de naranja

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Publicado: 04 oct 2025 - 05:55

Opinión en La Región
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Al final nunca nos descubrieron. Allí, en el bar del barrio.En otro distinto al que vivo ahora, que de barrios yo hice un máster en forma de mudanzas. Algunas forzadas por la precariedad de nuestra clase baja. Otras porque creímos a ciegas en la clase media.

La clase media es como la fe: se basa en creer porque sí.

El barrio se llamaba La Milagrosa. Aunque no sucedían demasiados acontecimientos de carácter milagroso. Bueno, menos el día en que me lancé en monopatín por la cuesta empinada de detrás de mi casa y el Peugeot 206 del vecino no me escaralló en el cruce. Suerte o pericia del Juan, nunca lo sabremos.

Pero en La Milagrosa no había milagros.

El bar se llamaba Bar La Milagrosa, la carnicería se llamaba Carnicería La Milagrosa, y así de manera sucesiva el nombre se repetía en todos los negocios. Por suerte nadie montó un club de señoritas, o una funeraria. Ambos comercios muy similares en cuanto a la edad de sus habituales.

En verano guardábamos cincuenta pesetas -guardar significa cogerlas del monedero de mi madre- para poder comprar un polo, casi siempre de naranja, que se llamaba Patapalo. Los Patapalo algunas veces tenían premio, y al terminar de chupar todo el hielo, en el palo, un mensaje grabado: “sigue buscando” o “vale por un helado”.

Al bar íbamos mucho, a ver los partidos del Madrid. O a pedirles un millón de vasos de agua en los descansos de las pachangas de fútbol en el descampado de enfrente. Las porterías eran piedras y no había fueras.

En verano guardábamos cincuenta pesetas -guardar significa cogerlas del monedero de mi madre- para poder comprar un polo, casi siempre de naranja, que se llamaba Patapalo. Los Patapalo algunas veces tenían premio, y al terminar de chupar todo el hielo, en el palo, un mensaje grabado: “sigue buscando” o “vale por un helado”.

En tres años ni un helado gratis nos tocó.

Yo tenía amigos en otros barrios. Es lo que tienen los cambios de colegio, que la vida se dispersa en trozos pequeños que nunca se van a unir.

Uno de esos amigos, algo mangallón, nos contó la manera de conseguir infinitos Patapalos, o todos los que hubiera en el congelador, vaya. Fue el primer tutorial que vi en la vida. Todo se basaba en la perspectiva, porque las personas tenemos la manía, o la costumbre, de mirar solo un lado. Aprendí el sistema en seguida.

Así, llegamos el Miguel y yo al Bar La Milagrosa, nos dirigimos al fondo, donde el congelador de los helados. Cogimos tres Patapalos del mismo color y los colocamos uno detrás de otro, formando un bloque de manera que el Antonio, el dueño del bar, al mirarnos solo viese uno. Dejábamos 50 pesetas sobre la barra al grito de “Antonio mira, llevamos un Patapalo, te quedan ahí los cuartos en la barra”.

Repetimos la operación durante tres veranos enteros, robando decenas de Patapalos.

En ninguno encontramos el “vale por un helado”.

Ahora pienso que el Antonio quizás traspasó el negocio por nuestra culpa, y que los premios en los helados forman parte del club de las grandes mentiras de la niñez.

Ahora, algunos veranos, huelen a Patapalo.

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