Perdido en el puerto

HISTORIAS INCREÍBLES

Publicado: 14 dic 2025 - 05:10

Opinión en La Región
Opinión en La Región | La Región

Estás en esa ciudad que no conoces. Es invierno. El viento racheado se da de bofetadas con todas las paredes. Brama. Poco a poco se va anonadando el día. Rápidamente tu reloj marca las seis de la tarde. Todo es gris. Ahora gris marengo. Mira cómo una cierta negritud se va comiendo los objetos. Las farolas tintinean y se han apagado de golpe. Tienes la impresión de que la soledad se te sube a los hombros.

Alguien puede estar persiguiéndote porque cuando, por un instante, se ocultan los chillidos del aire, entonces mismo percibes unas pisadas. No son pasos de goma sino recios. Te das cuenta de que si tú te paras él o ella ¿quién será?, se para. Te desvías por lo que intuyes como una calleja. Alguien podría asaltarte. Aquel que viene se cruza y, deseas que no te hable. Tose. Quieres pararte, pero caminas, aunque tienes la clara sensación de que no vas a ninguna parte.

Una luz minúscula y amarilla sale de una madera, por aquella rendija de la puerta. Es un bar. Estos bares del puerto huelen a marisco viejo.

Me parece que una figura completamente opaca avanza hacia ti. Aunque no distingues, lo percibes. Te detienes. Viene como una fuerza terrible y te sobrepasa. Es la niebla, sólo es eso, pero te estremece y te provoca una ansiedad, un espanto. La niebla te moja, te empapa, te envuelve y te penetra por las orejas e invade tu cerebro ya acuoso. Eso que sientes es un temblor, un estremecimiento.

Una luz minúscula y amarilla sale de una madera, por aquella rendija de la puerta. Es un bar. Estos bares del puerto huelen a marisco viejo. Porque hay una luz te animas a entrar, pero el antro está casi desierto. Pides lo de siempre, aunque nadie te conoce y es la primera vez que ves a la luz de la vela a aquel tuerto.

Respiras de manera entrecortada mientras tomas a sorbos aquel brebaje que te sirven en aquella jarra mientras a tu lado una mujerona te mira de arriba abajo, como se mira a un fósil viejo. Te duele porque suele hacer daño una mirada de desprecio. Eres un don nadie, un tipo inseguro, el hijo de tu madre, un hombre que se ha perdido en este suburbio asqueroso y mugriento.

Las huesudas manos del dueño te cobran y te engañan, pero te da lo mismo. La mujer grande vuelve a mirarte con ojos repintados de verde y malva. Mientras, te regala una sonrisa y se destapa el chal para ofertarte una fiesta barata. Sales, de nuevo, a la calle que ha recobrado en el fanal su luz miope, que cuelga de los letreros de neón y se escurre por las paredes gelatinosa y vaga.

A la postre, el día ya te respira en el cogote y sólo o acompañado, qué más da, alquilas una cama. Las sábanas, frías y mojadas, te abrazan. Apagas tenso, agobiado, la antigua lámpara. La oscuridad tenebrosa te aprieta la garganta.

Una sombra tétrica, se te acerca y subida al camastro, te susurra al oído: -¿Sabes tú quién soy yo que cada día me acuesto contigo?

No es la mujer de la tasca de la esquina.

-“Yo, amigo mío… sólo soy tu miedo”.

La verdad, es que el ser humano vive cargado de miedos. En la infancia hemos temido la oscuridad, al hombre del saco, al señor maestro, a un guardia, al sacamantecas o al perro… Muchos de esos miedos son la base de una neurosis fóbica de la vida adulta. Hoy se hace evidente la relación entre la neurosis fóbica y la neurosis de angustia: mucha gente cuenta situaciones de temor, inquietud, desazón.

Con todo, hazme caso, no tengas miedo.

Contenido patrocinado

stats