Fernando Ramos
Sánchez no conocía a Ábalos, pero confiaba en él
Era un placer iniciar el día con la lectura de los periódicos -sobre todo los días festivos, cuando la lectura podía ser pausada- y complementarla con los informativos de la televisión y radio.
Era. Hoy estar al tanto de lo que ocurre en esta España sanchista es un dolor. Un sobresalto continuo, una cadena de noticias a cual más pesimista, más grave. No hay espacio para sentir una mínima esperanza sobre lo que depara el futuro. Se mira hacia donde se mire, hay mediocridad, cobardía, falta de iniciativas que tengan en cuenta los problemas de los ciudadanos… y corrupción. En el entorno de Sánchez se cumple milimétricamente aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces.
En Cataluña se va a celebrar una sesión de investidura ficticia, sin candidato para la Generalitat, para que empieza a correr el calendario y dar un margen de dos meses a los partidos y negocien un nombre. Si no lo encuentran, repetición de elecciones. Este martes, nuevas negociaciones entre PSOE y PP para renovar el CGPJ, al final con resultado tras cinco años en funciones. Una anomalía, un insulto a la Constitución. Tienen culpa las dos partes, porque querían colocar sus peones e impedir que los contrarios colocaran en el Consejo a los más viscerales; el PP pretendía también que se cambiara el sistema de elección. En Bruselas alucinan en colores mientras crece el descrédito de España. La imagen de que faltan dirigentes con sentido de Estado, es brutal.
Para mayor escarnio, en el independentismo saltan chispas porque Puigdemont ha decidido desmantelar Waterloo, lo que deja sin trabajo y sin salario, a docenas de personas que vivían a cuenta de cómo el erario público financiaba los gastos del prófugo Puigdemont, que pretende regresar a España y ser elegido presidente de la Generalitat, aunque no hay ningún juez que le haya asegurado la amnistía. Pero, según trasciende de lo que se lee en los periódicos, los independentistas dan credibilidad a los sanchistas que les aseguran que la amnistía será un hecho y que no hagan caso a los que dicen que la última palabra la tienen los jueces.
Los dirigentes socialistas han llegado tan lejos que empiezan a soliviantarse los subalternos. Incluso los responsables de comunicación de instituciones, que no aceptan que les dicten comunicados que recogen iniciativas que son absolutamente ilegales. ¿Hablamos del novio de Ayuso? Sí. Como tantos otros negocia con la fiscalía el pago de lo que debe a Hacienda, pero sus negociaciones no son secretas como marca la ley, sino que se difunden como si se tratara de una estrella del espectáculo que vive de las exclusivas sobre su vida privada.
El Tribunal Constitucional choca de nuevo con el Supremo, y la fiabilidad de Conde Pumpido, uno de los mejores magistrados que hay en España, decrece por minutos. Como la de tantas personalidades genuflexas ante el poderoso inquilino de la Moncloa.
¿Más? Mejor que no. Pedro Sánchez nos ha quitado incluso aquello con lo que disfrutábamos tanto… la lectura sosegada de los periódicos.
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