Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
Qué montón de cosas vamos guardando en el corazón. Es tan importante que, a lo mejor, nosotros somos eso que nos hemos ido guardando, sólo somos eso.
Pero claro, no todo vale para guardar. Guardar aquello que te ha producido dolor puede que te sirva sólo para hacerte daño. Sólo el ser humano tiene la capacidad para recordar a voluntad. Un mamífero cualquiera tendrá recuerdos si se los provocan las circunstancias. Un cánido ladrará al ver al que le ha tirado una piedra. Pero no tiene la capacidad para decir: ahora voy a acordarme de aquel gamberro.
Tú sí que puedes y a veces te vas a aquello que te ha producido tanto dolor en otro tiempo. Y tu cerebro es capaz de reproducirlo de nuevo. Y volverás a hacerte daño. Por eso si te regresan esos dolorosos recuerdos te irán destruyendo con un pesar y reiniciarás el tormento. Aunque hay dolores, ya lo sé, que nos cuesta arrancar del centro de nuestro pensamiento.
Sobre ti volverá la tristeza, la decepción y posiblemente la rabia. Tiene sus consecuencias ese recuerdo porque es peligroso que dejes crecer, ahora después de tanto tiempo, ese troyano que te invadirá por dentro. La respuesta corporal ante las emociones que aun vuelven impertinentes, como retorna el viento, es ineludible y viene determinada por el sistema nervioso autónomo.
Y tú… qué es lo que llevas a la espalda desde hace tanto, tantísimo tiempo
No podemos guardarlo todo. Los antiguos ciudadanos de Roma, se inventaron el Lustrum. Celebraban cala cinco años, un lustro, una festividad de la limpieza y quemaban las cosas viejas. Era tan importante que de no cumplirlo podían perder los derechos del ciudadano. Necesitas hacer esa limpieza. Olvídate de todo aquello y serás un ser nuevo.
Claro que escribirlo en esta columna y leerlo, podemos hacerlo fácilmente ya lo creo. Pero qué difícil es intentar explicar cómo olvidar el pasado. Cómo tirar por la ventana el primer beso. Cómo quemar en la hoguera las primeras caricias, y esos sentimientos de las mariposas azules y amarillas revoloteando, por aquel entonces, en el pecho.
El anciano que hoy camina empujando su carrito lleno de cachivaches a lo mejor no es un pobre loco, a lo mejor sólo es tu reduplicado, tú en el espejo. Carga él con una maquinilla de cuchillas viejas, con tres colillas amarillas, con una taza de rayas, una bombona vacía y estropeada, y una muñeca a la que le falta un ojo. Y tú… qué es lo que llevas a la espalda desde hace tanto, tantísimo tiempo.
Síndrome de Diógenes, pontificas que padece el viejo. Pero de ti no te atreves a decir eso. Y me juras que sólo recuerdas lo bueno y que sólo te quedan esa retahíla de sensaciones y emociones que fueron positivas, que te hacen crecer como ser humano, y ser, así de estupendo.
Cuántas cosas pueden hacerte daño, como se lo hace el recuerdo de otro tiempo a quienes peinando canas despiertan suponiendo que están en activo, incapaces de borrar aquel mundo que pasó y que siquiera volverá como un consuelo. Ahora han de crear, mientras puedan, una mujer o un hombre nuevos. Esto es, con capacidad de “estrenar” cada momento.
Y si eres joven, hazme caso, no vayas a guardar las lágrimas de amor en esa caja pequeña que guardas en tu cerebro. O un día, pasado el tiempo, serás el anciano que empujará, abatido, aquel carrito, bajo la lluvia, por las calles de tu pueblo.
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