Plantemos cara a China

Publicado: 26 sep 2025 - 02:55

Opinión en La Región
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Durante demasiado tiempo Occidente se ha comportado con extrema ingenuidad frente al régimen chino, otorgándole la condición de socio normal cuando en realidad estamos ante una hidra totalitaria que nos amenaza. Es hora de abrir los ojos: el Partido Comunista de Xi Jinping es agresivo, calculador y expansionista. Es incluso más peligroso que el régimen ruso. Rusia tiene un aparato militar brutal pero es un país muy limitado en su dimensión económica y tecnológica. China, en cambio, ha construido durante décadas una red de influencias financieras, comerciales y políticas que permea al Tercer Mundo y a Occidente, además de copiar y plagiar hasta llegar por fin a desarrollar alta tecnología propia. Ha adquirido deuda de los países en vías de desarrollo, ha comprado empresas estratégicas occidentales aprovechando su privatización, y con todos esos activos ha extendido su influencia opresiva. En Occidente se cometió un grave error estratégico al admitir a la China continental como un actor comercial convencional, sin condiciones. No se le exigió que abandonara su férreo control político, que respetara las libertades de las minorías, que liberalizara verdaderamente su mercado interior ni que abandonara su política expansionista hacia Taiwán y hacia el mundo. Ahora pagamos el precio: embajadas chinas que amedrentan a nuestras universidades e instituciones por defender una relación más crítica con Beijing y presionan para silenciar voces disidentes o limitar la cooperación con Taiwán. Y hasta comisarías de policía semiclandestinas del régimen chino en países como Hungría o Serbia. Occidente se hizo cómplice al otorgar credibilidad a un régimen que pretende cambiar las reglas del juego global.

Cada congreso del Partido Comunista ha empeorado la doctrina dominante. El régimen se ha “bunkerizado”: ha endurecido sus tesis ideológicas, ha intensificado su control social, ha reforzado su aparato represor y ha afianzado una política exterior más beligerante. En particular hacia Taiwán y hacia países del Sudeste asiático como Filipinas, donde las reclamaciones chinas en el Mar de China Meridional se traducen en coerción marítima y militar. El modelo de acción exterior ya es plenamente imperialista. La base militar china en Yibuti es una muestra concreta de esto. La supuesta base científica en Neuquén (Argentina) puede ser otro caballo de Troya. Todo este expansionismo chino va de la mano de una alianza entre Moscú y Beijing. Esa coalición tiene como objetivo desestabilizar el orden liberal mundial y el multilateralismo, inducir una nueva Guerra Fría entre Occidente y el nuevo Eje rusochino y promover globalmente unas sociedades gestionadas mediante el estatismo autoritario, socavar los mecanismos democráticos occidentales. Frente a esta amenaza, no basta con ajustes tímidos: hay que actuar de forma decidida para desbaratar la estrategia BRICS y su cancelación (por sustitución) de las instituciones de raíz occidental ilustrada.

China debe saber que no podrá participar plenamente en el concierto global a menos que revierta el camino de prepotencia que ha emprendido

Una de las prioridades debe ser Taiwán. Esa democracia vibrante de veintitrés millones de personas no es sólo una causa ética básica, sino una pieza estratégica vital para Occidente. Taiwán ocupa un altísimo puesto entre las economías más libres del mundo y es esencial en sectores como el de los microchips, un eslabón clave en la cadena global tecnológica y de suministros. Los taiwaneses merecen vivir libres de la espada de Damocles de las amenazas de Beijing. Occidente debe elevar el estatus diplomático de Taiwán en la mayor medida posible, incluso si el reconocimiento formal es aún inviable. Taiwán debe tener un estatus permanente en los organismos internacionales, y la alianza militar global de las democracias liberales debe dejar claro que jamás se tolerará una invasión de la isla. Y a todo el mundo debería quedarle hoy muy claro que Taiwán jamás fue parte de la República Popular y no hay excusa para pedir o facilitar la anexión. Taiwán es un país realmente ejemplar tanto en su política de derechos y libertades personales como en su entendimiento de la libertad económica. Taiwán comparte nuestros valores y merece nuestro apoyo decidido.

En cuanto a la economía, no se trata de imponer a Beijing aranceles sino hitos obligatorios: exigencias vinculantes calendarizadas en materia de derechos humanos y civiles, de respeto a las minorías, de transparencia política y de liberalización y apertura reales de su economía. China debe saber que no podrá participar plenamente en el concierto global a menos que revierta el camino de prepotencia que ha emprendido. Asimismo, Occidente debe renovar su compromiso sólido y explícito con los uigures, los tibetanos, los hongkongueses, los disidentes chinos y todos aquellos que resisten al régimen. No podemos mirar para otro lado cuando la represión y los genocidios avanzan y la ejecuciones se suceden a millares. Cuando se trata de libertad, no hay neutralidad posible. O estás del lado de los opresores o del lado de los oprimidos. No podemos seguir siendo espectadores. Plantemos cara a China con firmeza, con principios, con estrategia.

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