Poderoso caballero

Publicado: 22 oct 2025 - 01:50

Opinión en La Región
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En la entrega anterior versó esta columna sobre el terremoto sufrido en el mundo de las criptomonedas el viernes 10 de octubre. Como todo gran seísmo tiene sus réplicas, este pasado viernes se repitió el escenario bajista, aunque de forma menos dramática. Considerando tal entorno, tiene sentido entonces continuar con la reflexión sobre los profundos cambios de paradigma que se avecinan en el mercado financiero en los próximos años.

Durante siglos, el dinero ha sido una de las tecnologías más estables de la civilización. Monedas, billetes o cuentas bancarias son distintos soportes para una misma promesa de valor. Pero, en los últimos años, algo se mueve bajo la superficie tranquila. Los avances tecnológicos están provocando un cambio profundo que muchos ya califican de nuevo paradigma financiero. No es una revolución inmediata, sino un desplazamiento silencioso.

Hasta hace poco, los sistemas financieros eran estructuras verticales. En lo alto estaban los bancos centrales, y bajo ellos, bancos comerciales, emisores de tarjetas, intermediarios, comercios y usuarios. Pero hoy esa pirámide se está achatando, con el advenimiento de plataformas tecnológicas -desde las redes sociales hasta los neobancos- que permiten transferir, invertir o financiarse sin apenas fricción.

En paralelo, los Estados experimentan con sus propias monedas digitales, conocidas como CBDC, para no perder el control de la oferta monetaria. Entramos en una era donde el dinero ya no depende solo de billetes o cuentas, sino de infraestructuras digitales interconectadas. En este escenario emergen tres grandes actores: los Estados, las grandes corporaciones tecnológicas y las comunidades descentralizadas, que impulsan criptomonedas y contratos inteligentes.

El resultado es un mosaico en evolución: monedas estatales programables, redes corporativas de pago y economías descentralizadas que compiten y se mezclan

El equilibrio entre estos tres polos definirá la arquitectura del dinero en las próximas décadas. Pero el cambio no es solo tecnológico; es cultural. Durante la pandemia, millones de personas se acostumbraron a enviar y recibir dinero por medios digitales. Lo que empezó como una comodidad se convirtió en hábito. Hoy, pagar con el móvil, mediante bizum, o invertir desde una app se siente casi tan natural como mandar un mensaje.

El dinero se ha vuelto invisible y circula en segundo plano, integrado en las redes sociales, los videojuegos o los sistemas de fidelización. El resultado es una experiencia más fluida, pero también una dependencia mayor de las grandes plataformas. Y detrás de esta transformación late una pregunta de fondo: ¿quién controla realmente el valor? Porque, si el dinero se puede programar, se puede también condicionar su uso.

Los defensores de las monedas digitales de los bancos centrales sostienen que permitirán combatir el fraude y mejorar la política fiscal. Sus críticos temen un aumento del control estatal y una erosión de la privacidad. Algo parecido ocurre con las soluciones privadas: las empresas ofrecen comodidad a cambio de información. La vieja confidencialidad del efectivo parece ya un recuerdo lejano destinado al olvido.

El resultado es un mosaico en evolución: monedas estatales programables, redes corporativas de pago y economías descentralizadas que compiten y se mezclan. Aunque ninguna reemplazará por completo a las otras, su interacción transformará nuestra relación con el valor. El dinero del futuro será más versátil y transparente, pero también más trazable y, en cierto sentido, más político. Sin ninguna duda, eso sí, continuará siendo un poderoso caballero.

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