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La audiencia quedó sorprendida. Un ministro, recién llegado al gobierno, con apenas medio año en el cargo, usuario forofo de las redes sociales, procedente de la breve ciudad del Imperio, siglos ha (Valladolid), y cesado regidor (en otra vida actor), salió en defensa de su adalid. Y lanzó el flamante piropo: un “puto amo”. Ya antes asoció al presidente de la Argentina, Javier Miley con “la ingesta de qué sustancia”. Causó una agria marea diplomática. Adivina adivinanza. El lector lego desbarró ante tales comentarios: un calificativo que sonaba a elogio (puto amo) y a la vez una posible denigración. Y la alusión a unas sustancias que asumía a un pervertido consumidor.
El epíteto “puto” está marcado por una alargada dilogía, ya presente en unos lejanos versos latinos, en donde equivalía a “jovencito”, ya asociado con la prostitución. Se cree que el vocablo derivó del latín vulgar puttus (el hablado por la plebe y por la soldadesca) a putus, “niño”. La documentación filológica sobre el vocablo es extensa. El masculino putto asoció el irónico sustantivo de jovencito con efebo y con mancebo. El último derivó en mancebía y hasta en casa de prostitución en tiempos del Antiguo Regimen. La gran obra de La Celestina de Fernando de Rojas, natural de la Puebla de Montalbán (Toledo), que forma parte del canon de las obras maestras de la literatura española, presenta el oficio de la bruja, medianera sexual, con trágicas consecuencias para ambos amantes: Calisto y Melibea
El femenino de “puto” se asoció en tiempos del Imperio Romano con muchacha, chicuela de la calle. En el arte decorativo, putti era otra forma de nombrar a los angelitos- Se presentan como íconos clásicos adornando cuadros y relieves arquitectónicos. Representan escenas con trasfondo erótico e incluso religioso como muestras del amor divino. En La Celestina encontramos los diminutivos putillo y putico, La forma femenina se usa a veces en forma coloquial como calificativo denigratorio: “me quedé en la puta calle”; también como antífrasis para ponderar: “¡qué puta suerte tiene!” Y de forma enfática, asociando escasez de algo. Así en “no tengo un puto duro”.
Ese gran texto de la literatura universal, Don Quijote, que tan poco es citado y asumo que leido aquende los mares, presenta cinco casos del vocablo en juego. Y dilucida con sabio rigor lingüístico las dos tomas del “puto amo” en boca del excorregidor vallisoletano Óscar Puerte, Cansado Sanho de andar caminos y veredas, de pasar malas noches y peores días, y ya en una venta con tiempo para descansar, le comenta de manera inocente a don Quijote “que será mejor que nos estemos quedos,y cada puta hile y comamos” (II, xivi). Oyendo don Quijote las “descompuestas palabras”, tal su enojo que “con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego de sus ojos..., le grita a Sanho: “¡Vete, no parezcas delante de mi , so pena de mi ira”. Denigra el mal hablado, Sancho.
Cambian las tornas. En animada conversación con el Caballero del Bosque, Sancho le describe a su hija Sanchica, con apenas quince años. Es “tan fresca como una mañana de abril y tiene la fuerza de un ganapán” (II, xiii). A lo que el del Bosque, admirado y sorprendido, la realza con un increíble piropo: “¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe tener la bellaca!”; es decir, de complexión fuerte y talle robusto. Sancho, mosqueado, le pide sea más comedido en su habla. Viendo el del Bosque que no entiende la alabanza que hace de su hija, le remata: “Cuando una persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo “¡Oh hideputa, puto, y que bien lo ha hecho!”
Ya en tiempos de Cervantes existía la dicotomía entre el uso ofensivo del irónico vocablo “puto” y el del halago. Y el mismo juego de palabras lo mantiene en el uso, por ejemplo, entre cabrito y cabrón. Aparece tres veces en el Quijote. El insulto como piropo fluye con facilidad de la boca de Sancho. Ejemplar es la descripción que hace de Aldonza Lorenzo: “es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz!”. (I, xxv). Asentó Cervantes en el Quijote uno de los esteretipos que azuzó la Leyenda Negra y que incluye en la serie de consejos que la pasa a Sancho como gobernador de la Insula Barataria: “No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería”. Y añade: “Anda despacio, habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”(II, xliii)
No es difícil adivinar que Óscar Puente, el ilustre letrado de Valladolid, fuese ducho en la jerga coloquial y en el desvío semántico del “puto amo” que, como vimos, aún perdura.
(Parada de Sil)
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