Solo queda Europa

Publicado: 05 dic 2025 - 02:55

| JOSÉ PAZ

Desde 1945, la humanidad ha intentado domar a los Estados con algo parecido a un marco de Derecho global: Naciones Unidas y otros organismos, reglas comerciales, instituciones financieras y acuerdos de control de armamentos, todo el un entramado normativo aceptado aunque imperfecto. Se ha intentado con gran esfuerzo, pero ese consenso se está deshilachando. De las cuatro grandes potencias económicas y militares, dos hace tiempo que han dejado claro que no piensan respetar ese orden: Rusia y China. Moscú lo demuestra con la invasión de Ucrania y el uso sistemático del veto en el Consejo de Seguridad. Beijing lo hace ignorando sentencias internacionales y lanzándose al expansionismo en su vecindario y al neocolonialismo sutil en el resto del mundo. A esa deriva se suma ahora un tercer actor: los Estados Unidos de Donald Trump, que ha vuelto a la Casa Blanca con un discurso y una praxis hostiles al multilateralismo y al propio concepto de orden global. Trump no ha inventado el repliegue norteamericano, pero lo ha hecho programa. Si el mundo es un mercado sin reglas, la lógica es el “America First”. Ese giro transforma al antiguo garante del orden liberal, el hermano mayor que nos daba, mal que bien, orden, paz y prevalencia del legado ilustrado, en un combatiente más de la pelea brutal que ya practicaban o, al menos, anunciaban Rusia y China. Así, el bloque BRICS se presenta como una alternativa a las instituciones de Bretton Woods y, en realidad, al conjunto del marco capitalista transnacional: un nuevo Comecon que ensaya mecanismos destinados a erosionar toda interacción no mediatizada por los Estados.

Las potencias regionales y las ascendentes (Turquía, India, Irán, Pakistán, incluso Brasil) comparten, con diversos matices, toda esa deriva iliberal: concentración de poder, nacionalismo identitario, erosión de contrapesos, el Estado como agente económico y social/cultural supremo. Hace años que autores como Fareed Zakaria hablan de “recesión democrática”, y los índices de Freedom House encadenan casi veinte años de retrocesos en derechos y libertades. El mapa político se parece cada vez más a un archipiélago autoritario en el que las democracias liberales son islas frágiles. Y entre las grandes potencias no queda ninguna plenamente comprometida con el ideal liberal. Rusia y China lo combaten abiertamente. Estados Unidos lo defiende a ratos en casa, pero lo relativiza en el marco de la geopolítica y se ha pasado al bando de los autócratas con veleidades de superpotencia. Trump comprende mejor a Putin, Xi o incluso Kim, que a los líderes de los países pequeños, pacíficos y prósperos de Europa. Va en su ADN ser uno de los primeros y despreciar a los segundos.

La alternativa a una Europa unida es hoy la desintegración en veintisiete taifas expuestas a las imposiciones de Putin, Xi y Trump

¿Qué queda entonces? Pues queda Europa, no sólo como mercado interior sino como experimento político. Salvador de Madariaga advirtió que Europa sería “patria de patrias” o no sería. Había que superar esa nefasta idea de patria, nacida del romanticismo vökisch del XIX. Había que tejer un espacio de menos Estado y más libertad. Pero la UE ha derivado en un laberinto de corsés intervencionistas de inspiración socialdemócrata que asfixia la competencia, ha regulado con celo lo trivial mientras aplazaba lo esencial (defensa, energía, papel en el mundo) y ha permitido que su política exterior siga siendo un puzle de vetos nacionales. La Unión suma un PIB y una población muy superiores a los de Rusia y cuenta con capacidades militares considerables, que serían de superpotencia si respondieran a un mando único, pero aparece acomplejada ante Putin, dubitativa ante Xi y desconcertada ante Trump. El actual escándalo en torno a Federica Mogherini alimenta la narrativa de una Bruselas ensimismada, acosada, débil. Pero sería un error confundir los defectos de la cómoda élite comunitaria con el proyecto en sí. La alternativa a una Europa unida es hoy la desintegración en veintisiete taifas expuestas a las imposiciones de Putin, Xi y Trump. Hannah Arendt afirmó que la libertad política sólo existe donde los ciudadanos pueden interactuar en un espacio protegido por leyes comunes. La Unión es hoy el único espacio de escala continental que se aproxima a esa descripción. Si cae, no habrá otra construcción supranacional capaz de sostener un orden global basado en normas, derechos individuales y economía abierta. Quedarán alianzas entre bullies, equilibrios de miedo y cumbres entre los autócratas populistas de los diversos protectorados. Por eso, quienes critican con razón la hipertrofia burocrática, las políticas dirigistas o el déficit democrático que aquejan a la UE deberían aplicarse siempre una cláusula de responsabilidad: reformar ese desastre sí; romperlo, nunca. La tarea de los europeos de hoy es evitar que el mundo real se hunda en una jungla geopolítica donde sólo cuente el arsenal nuclear y se ignore cualquier límite ético. Frente a ese horizonte, la elección es simple: fortalecer Europa como actor global que restaure el marco político de la libertad o aceptar un planeta regido por imperios en liza, sin más ley que su voluntad.

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