Opinión

El gran Hotel Miño

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Desde luego no va a desbancar en la memoria de los ourensanos a nuestro río, el que según nos contaron nuestros mayores dio origen a la ciudad, pero en la memoria colectiva aun permanece el recuerdo de otro Miño.

Cuentan que nació como una manera de diversificar sus negocios la empresa Perille, a su ferretería, ya se había sumado el invento y fabricación de los plumeros de rafia, y no eran pequeños los negocios que hacía con la comercialización de manteca de vaca. Fue un pionero del termalismo obteniendo licencia para la apertura de dos balnearios en Verin, transporte por carretera, negocios de hostelería y ¿por qué no? Un hotel de lujo.

Andrés Perille quería trasladar su ferretería del local original en Progreso (enfrente al Obispado, Foto Sanjurjo) a unas nuevas instalaciones del Paseo; a mediados de junio de 1909 solicita licencia de obra para edificar el solar que hacia esquina Paz Novoa con Luis Espada (eran los nombres en ese momento), como era de esperar todo fue muy rápido, don Andrés había hecho el encargo al mejor arquitecto del momento, Daniel Vázquez Gulias.
No me atrevo a opinar sobre cuál fue la duración de las obras, pero el trabajo de cantería y carpintería junto a los avances que se quisieron implementar en el edificio –agua corriente en las habitaciones, calefacción, teléfono– me llevan a pensar en casi tres años de trabajos. También el hecho de encontrar muy escasas referencias al hotel hasta bien entrado el año 1913 me reafirman en mi idea. 

 Es sabido que durante años el hotel de referencia fue el Roma, quizás por ello el Miño tuvo que apostar por la calidad, y sin duda lo consiguió. Desde el primer momento sus habitaciones fueron elegidas por lo más granado de nuestros visitantes: la Condesa de Pardo Bazán, Lerroux, el diputado Bugallal y un sinfín de conocidos personajes poblaban sus elegantes habitaciones; en aquellos comienzos del siglo XX uno de los servicios que prestaban los hoteles era el de dar cobertura a profesionales de la medicina que montaban sus consultas o permitir que empresarios de la moda mostraran sus selectos catálogos, por algún motivo que desconozco en la ciudad era más frecuente encontrar doctores en el Roma y comerciantes en el Miño. Si me permitís especular quizás el que la cafetería del Roma fuera utilizada para tertulias, políticas principalmente, que atraían a la población masculina, hacían al Miño más atractivo para las damas que requerían una cierta discreción para sus compras, más que nada por conseguir el “efecto sorpresa”. Bueno fuera cual fuera la causa, el Miño era el elegido habitualmente para la presentación de catálogos de moda, y más concretamente las grandes creaciones de París sombreros, ropa interior, novias…. En ocasiones parece ser que eran las ourensanas quienes solicitaban a casas especializadas que se pasaran con motivo de algún enlace o fiesta señalada. 

Pero no nos confundamos, lo que dio el espaldarazo como Gran Hotel al Miño, fue la visita de la infanta Isabel en Julio del 14, durante esas casi 48 horas el Miño concentró la atención de toda la ciudadanía y según cuentan las crónicas el resultado fue de nota; servicio, habitaciones mobiliario y desde luego la cocina estuvieron sobradamente a la altura de las exigencias. (Como dato curioso de la preocupación por los detalles que mostro Perille, fue el que en las fotos que se conocen de la visita los escaparates de su ferretería estaban tapados, sartenes, potas y herramientas no encajaban con el glamour que se quería dar a la visita).

El Miño no era solo un hotel, no tardó en tener fama como restaurante, por ello fueron también muy habituales las celebraciones, bodas, homenajes, y demás ocupaban aquel luminoso comedor. De la prensa de la época he recuperado diferentes menús que se servían, para que podáis opinar, este es el que se ofrecía para la cena de Nochebuena en 1914: Ostras frescas, crema de espárragos, “volauvent financier”, langosta vinagreta o tártara, bacalao provinciana, ensalada St. Germain, filete pescado Grille. Al postre pastelitos Chantilly, turrones y frutas surtidas; quesos variados. El precio por comensal era de 5 pesetas y aunque la publicidad no lo recogía lo habitual era culminar la cena con Moët&Chandon, café licores y habanos.

En el anecdotario de los primeros años del hotel figuran historias de todo tipo: desde el destrozo que un ratero hizo para abrir una puerta, hasta el suicidio de un ingeniero belga que se hospedaba junto a su familia. Entre las originales destaca la que cuentan de que cuando el autor de La Casa de la Troya, Pérez Lugín fue a pagar la cuenta se encontró con el siguiente texto:”Esta casa se considera muy honrada y sobradamente pagada, con haber albergado breves días al celebrado autor de “La casa de la Troya”… las andanzas por la fachada de un “Hombre mosca”, etc. 

Lo más sabroso de la historia estaba en la cafetería: el Miño no puso de moda el cátering, en eso ya había competencia, y no sé si su oferta de platos cocinados para llevar sería original; pero lo que sí fue una gran innovación fue el servicio de heladería a domicilio –verano a partir de la 4 de la tarde–. Y ya puestos quizás alguno de los buenos restauradores que tenemos en la actualidad pueda recuperar las recetas del los sorbetes del Miño. “Crema de Vainilla, Mazarin de Coco y Naranjas Glace”.

Anís escarchado (Viso), pasteles borrachos (La Trinidad), Mantecado (La Ibense), calamares (La Barra) y sorbetes del Miño… !Hum!

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