Ricardinho, oro, samba y fado

LA OPINIÓN

El capitán de la selección portuguesa, Ricardinho.
El capitán de la selección portuguesa, Ricardinho.

El Benfica de los años 60 ganó dos Copas de Europa asido a la infinitud de su pantera negra, Eusébio. La hazaña tintaba longeva hasta que el rencor de Béla Guttmann pronunció la profecía: “sin mí, el Benfica no ganará en 100 años”.

No ocurrió así en el fútbol sala, donde un jugador de apenas 161 centímetros venció a la bestia. A Ricardo Filipe da Silva Braga lo desterraron del fútbol por ser demasiado bajo. Llegó al Benfica en 2003, cuando el cuadro lisboeta se transformaba en un grifo mitológico para, con el lomo de un león y la cabeza de su águila identitaria, conquistar Europa.

En el primer curso que vistió la encarnada, llegaron a una final de Champions. Cayeron frente al Inter de los hermanos Linares, de Luis Amado, de Daniel, de Schumacher, de todo un santoral. Tres años después, un equipo nacido de un concesionario le birlaba otro cetro. Los más nostálgicos aún recordamos a ese zagal que endemoniaba al Multiusos.

La Recopa del Lobelle de Alemao, César, Carlinhos, Saúl y sobre todo de ese gol de espuela que Betao amparó en su espalda ciclópea, volvieron a dejarlo sin nada. En 2010 sí pone el mundo a sus pies. Gana, por fin, la Champions con el Benfica y es reconocido como el mejor del mundo. El Inter reaparece en su camino como una inevitable señal del destino. Tras tres años en Japón, Moscú y regreso a Lisboa, termina recalando en Torrejón de Ardoz. En sus siete temporadas con la máquina verde, consigue seis Ligas, una Copa del Rey, tres Copas de España, tres Supercopas y, lo que es más importante, dos Champions que mitifican a equipo y futbolista. Ningún club tiene más que el Inter, cinco, y ningún jugador ha sido tantas veces designado como el mejor del planeta, seis, las últimas cinco, consecutivas.

Entre 2014 y 2018 el fútbol sala fue empecinadamente monoteísta rindiendo pleitesía a ‘O Mágico’. El aspirante luso se atrevió a desbancar de su trono al brasileño Falcao, poseedor exclusivo de las mil y una cabriolas, hasta que Ricardinho nos enseñó otras. Un popurrí demencial de filigranas en la Eurocopa de 2016 ante Serbia obtiene quórum para ser el mejor gol de la historia. No ganó ese trofeo del que fue el máximo goleador, pero se convirtió en la antesala de su proyecto final. Llevó a Portugal a la cima del continente en 2018 y lo puso en cresta del planeta en 2021. Tras el Mundial de Lituania lo dejó en manos de los jóvenes con un aval de 142 goles en 188 partidos. Ya sin él, Portugal volvió a ganar el Europeo de 2022, porque el legado de Ricardinho es imperecedero.

500 años después de que otro portugués descubriera Brasil, Ricardinho lusificó la samba de los amos del 20x40. La rodeó de un manto de fado con el que, circunspecto, controla todas las facetas del juego, no sólo el ataque jubiloso. Ha sido el mejor. El más completo. Capaz de coger lo más brillante de cada uno de sus destinos para convertir en oro todo lo que toca. El rey Midas del futsal se retira, no sin antes haber deleitado también a franceses, indonesios, letones e italianos en sus últimos coletazos. Las fotos que guardo de sus visitas al Sar atestiguan que a los que lo hemos podido ver, también nos ha cubierto su gloria.

@jesusprietodeportes

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