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Empieza la temporada de pesca fluvial y los aficionados revisan las cañas, cebos y demás pertrechos que los acompañan. Hace unos días, la hemeroteca daba cuenta de la captura, en 1975, de un magnífico ejemplar de salmón en Frieira, en la cabecera del tramo internacional del Miño. El afortunado pescador, Adriano Rivera Veloso, vecino de la localidad, y que en la fotografía que acompañaba a la noticia mostraba un soberbio ejemplar de 10 kilos y un metro de largo, ofrecía algunos datos que hoy nos parecen producto de la habitual exageración que adorna tantos lances de la pesca. Por ejemplo, que siendo él un pescador con apenas seis años de dedicación al salmón, afirmase haber capturado nada menos que ¡465 ejemplares!
Para cuestiones piscatorias en el Miño acostumbro a remitirme a la autoridad de Eliseo Alonso, el escritor, poeta y periodista nacido en Goián, que estudió como nadie los oficios y las costumbres del curso bajo del río patricio. Eliseo, un tanto escéptico ante las legendarias pescatas oídas en boca de los más veteranos profesionales de una y otra ribera, acudía a las estadísticas; por ejemplo, las de la armada española, con sede a estos efectos en la comandancia naval de Tui. Estas mostraban una realidad bien distinta. El Miño, es la conclusión a la que llegaba Eliseo, podría ser el río salmonero más importante de Europa, pero los saltos y presas habían alterado sustancialmente las condiciones óptimas para el remonte y la freza del salmón, no solo en el Miño, también en algunos de sus cauces tributarios, caso del Tea.
Para cuestiones piscatorias en el Miño acostumbro a remitirme a la autoridad de Eliseo Alonso, el escritor, poeta y periodista nacido en Goián, que estudió como nadie los oficios y las costumbres del curso bajo del río patricio.
Como en tantas otras cuestiones gastronómicas, Álvaro Cunqueiro se ocupó del salmón, con la acostumbrada poética vaguedad, en La cocina cristiana de Occidente. “Asado a las brasas, bien untado con ajo de Constantinopla, y rebozado en mostaza en polvo, traída de Francia en saquitos de lino”, nos dice que tal era la receta de los vikingos aunque, añade: “nada objeto a la universal receta del salmón a la parrilla, ni en pastelón, que ha de ser frágil como una pieza de Sévres...”
Como en tantas otras cuestiones gastronómicas, Álvaro Cunqueiro se ocupó del salmón, con la acostumbrada poética vaguedad, en La cocina cristiana de Occidente.
He tenido oportunidad de dar buena cuenta, hace años ya, de alguna de estas piezas capturadas en el Miño, no sé si con cucharilla, cebo natural o incluso trasmallo. Aquel príncipe plateado fue preparado al horno, de una pieza, tal era su dignidad, y dio para satisfacer a media docena de amigos reunidos para la ocasión. Lo tomaríamos con algún vino blanco, de esos emparrados de uva albariña que en As Eiras o Tabagón bajan escalonados, tendidos en líneas paralelas al majestuoso río en su lento encuentro atlántico.
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