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D éjenme que en este mes de noviembre, también llamado “de Difuntos” o “de los Santos”, recoja aquí un texto de san Agustín de Hipona, que expresa perfectamente el verdadero sentir cristiano:
“La muerte no es nada. Yo sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que éramos unos para los otros, lo seguimos siendo.
Llamadme por el nombre que me habéis dado siempre.
Hablad de mí como siempre lo habéis hecho.
No uséis con un tono diferente.
No toméis un aire solemne o triste.
Seguid riéndoos de lo que nos hacía reír juntos.
Sonreíd, pensad en mí.
Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.
La vida es lo que es, lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente, simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero… No estoy lejos, sólo al otro lado del camino…
¿Veis?, todo está bien.
Volveréis a encontrar mi corazón.
Volveréis a encontrar mi ternura acentuada.
Enjugad vuestras lágrimas y no lloréis si me amabais.
Hasta siempre, querido amigo”.
Realmente, a mí se me hace muy difícil comprender la muerte de aquellos que carecen de fe. Muy triste sería reducir nuestro final a unas palas de tierra encima para acabar asñi todo. Sin lugar a dudas, somos unos seres con alma y cuerpo. Nuestras vidas nunca pueden reducirse a unas lágrimas, unas flores y poco más. Los sepulcros están llenos de recuerdos pero ¡sin vida ni alma que los acompañe allí hasta la eternidad!
Lo dice muy bien el canon de la misa en su prefacio de difuntos: “La vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenas adquirimos una mansión eterna en el cielo”.
Porque, por otra parte, si nuestra fe fuese únicamente para esta vida terrenal seriamos los más desgraciados delos mortales. Pero nuestro destino es otro y ese fin es vivir para siempre en un lugar como san Agustín recuerda, donde la vida nunca se acaba y la luz permanece siempre y ver cara a cara a Dios es la mayor alegría sabiendo que ese gozo nunca se va a acabar.
Pues en este mes de Difuntos se nos recuerda todo esto como muy bien recoge san Agustín. Por eso nos es difícil comprender las vidas de aquellos que carecen de fe en una vida futura que nunca va a terminar.
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