Pilar Cernuda
LAS CLAVES
Sánchez, cuestionado por los suyos pero inamovible
LAS CLAVES
En el PSOE son multitud los ex dirigentes, militantes y votantes que cuestionan a Pedro Sánchez, denuncian la necesidad de cambio y acusan al presidente de gobierno de haber perdido las esencias del Psoe y defender iniciativas que el propio Sánchez consideraba inasumibles hasta que renunció a sus principios para mantenerse en el gobierno, tras perder las elecciones.
Pactó con Podemos un gobierno de coalición, promovió el indulto a los independentistas, llegó a acuerdos con Bildu, PNV, ERC y Junts, realizó importantes cambios en el Código Penal con la única finalidad de favorecer a sus socios de gobierno y prometió a Puigdemont una amnistía que no podía prometer porque solo un tribunal tiene esa competencia. La práctica totalidad de esas concesiones de Sánchez a sus diferentes socios repugnaban a la mayoría de los socialistas, incluso a colaboradores muy cercanos, pero supo cómo manejarlos: él, Sánchez, estaba salvando a España de un gobierno de ultraderecha. Algo mucho peor que apostatar de algunas de sus ideas.
Ese mensaje, que repitieron con entusiasmo los sanchistas aunque habría muchas objeciones que hacerle, se vino abajo cuando empezaron a publicarse los casos de corrupción. Y se convirtió en insostenible al surgir, junto a la corrupción, un asunto que destrozaba una de las más importantes banderas del PSOE: el feminismo, la defensa de la mujer y de sus derechos. Si insoportables fueron los casos de corrupción, cada vez más escandalosos, más hirientes y más sórdidos, que afectaban al entorno más próximo a Sánchez, incluida su familia, más insoportable fue conocer que en el PSOE no se había atendido a multitud de mujeres víctimas de acoso sexual, incluso abuso sexual, por parte de cargos socialistas. Y el partido no habían reaccionado cuando había tenido conocimiento de los hechos.
Ni el partido ni el gobierno movieron un dedo hasta que algunas de las víctimas decidieron denunciar la situación en los medios de comunicación, provocando una cadena de denuncias del mismo perfil: cargos socialistas que acosaban a subordinadas a sabiendas de que no se atreverían a denunciar la situación porque perderían su empleo. O, aún peor, podían ser consideradas mentirosas o que les movían intereses oscuros para presentar denuncias contra superiores.
En el movimiento feminista exigen que se endurezca el protocolo y se actúe con máxima contra los acosadores
La reacción de las mujeres del PSOE encuadradas en el movimiento feminista, muy poderoso en el partido, no se hizo esperar. Echaban en cara al partido su escasa sensibilidad ante un problema que era prioritario para la mujer, sobre todo para la mujer trabajadora.
En Moncloa y en Ferraz comprendieron desde el primer momento que la situación era de extrema gravedad, casi mayor que los casos de corrupción que afectaban a personas muy destacadas del partido. Pero las consecuencias políticas de la tibia respuesta o ninguna respuesta ante los casos de abusos sexuales, muchos de ellos denunciados, era infinitamente más grave que la corrupción. Porque, ante la corrupción siempre se podía argumentar que se había dado en todos los partidos. Aun nunca al nivel y las características del que se había producido en el sanchismo.
El barómetro del CIS del pasado mes de julio, recogía que el Psoe estaba perdiendo el 25 por ciento de su electorado femenino. No extrañó nadie, el comportamiento de Ábalos y su entorno respecto a los mujeres explicaban esa bajada de simpatizantes femeninas, y eso que aún no se habían conocido los casos de acoso sexual. Un acoso que tuvo entre sus protagonistas a uno de los más cercanos colaboradores de Pedro Sánchez, Pacto Salazar, al que el presidente de gobierno pretendía dar plenos poderes en la secretaría de Organización, por encima incluso de la titular Rebeca Torró.
La situación actual es preocupante para el PSOE, porque coincide con una etapa política especialmente delicada: las elecciones de Extremadura de este domingo son difíciles para el PSOE, que puede perder mucho peso, y pueden desencadenar efecto nocivo en las nuevas autonómicas que se celebran antes de verano en Aragón, Castilla y León, y Andalucia.
Sánchez, haciendo gala de su estrategia habitual de potenciar su figura cuando se la ve debilitada, se presenta ante el público pisando fuerte tratando de transmitir seguridad y atacando ferozmente a sus adversarios, sobre todo al PP, al que identifica con Vox con más insistencia que nunca.
Ferraz se encuentra aparentemente unido frente a Pedro Sánchez, niveles, pero fuera de la estructura institucional el clima está enrarecido.
Los socios de gobierno intentan marcar distancias, pero cuando ven en peligro la relación con el poder, como es el caso de Sumar, dan un paso atrás. Yolanda Díaz, una vez más, busca protagonismo con declaraciones supuestamente amenazantes, pero cuando Sánchez responde como si no le importara nada lo que diga o piense su vicepresidenta segunda, acepta las reglas de juego que impone el presidente.
Si insoportables fueron los casos de corrupción, cada vez más escandalosos, más hirientes y más sórdidos, que afectaban al entorno más próximo a Sánchez, incluida su familia, más insoportable fue conocer que en el PSOE no se había atendido a multitud de mujeres víctimas de acoso sexual
Exigió una “cumbre” entre PSOE y Sumar para hablar del gobierno y Sánchez aceptó… pero no tenía la menor intención de reunirse con Yolanda para analizar la situación. Es una vicepresidenta en horas muy bajas, entre otras razones porque Sumar ha perdido a la mayor parte de los partidos que la integraban.
En el PSOE histórico, el de la Transición, solo el mencionado García Page defiende su derecho a mantener su criterio, pero en ningún caso contempla abandonar su partido. Cuenta Sánchez con algunos nombres que le siguen siendo incondicionales y forman parte de las referencias del PSOE; no son muchas pero sí potentes, como Maravall o Javier Solana.
Pero ante las reflexiones de que por lealtad hay que votar al partido aunque no se comparta el criterio de su secretario general y presidente del gobierno, empiezan a aparecer voces que después de años de mantener esa idea ahora apuntan que ante la imposibilidad de apoyar determinadas decisiones que van contra sus principios, podrían inclinarse por el voto en blanco. Felipe González ha dado a entender que esa es su posición. Y no es el único.
Dicho esto, aunque no hay signos de que alguien esté maniobrando para deshacerse de Pedro Sánchez y buscar una figura de relevo, sí hay nervios sobre el futuro. Hay movimiento que dan pistas sobre la incomodidad que se advierte en algunos destacados personajes del sanchismo. Conde Pumpido, por ejemplo, aspira a dejar el Tibunal Constitucional para contar con una plaza vitalicia en el Consejo de Estado donde podría demostrar su valía como magistrado, hoy deteriorada por el aparente seguidismo del TC a los intereses del gobierno. Cuentan su malestar cuando, ante la condena del ex Fiscal General por el Supremo, desde el sanchismo se transmitió que “esto lo arregla el TC”.
En el movimiento feminista, del que forman parte socialistas emblemáticas, varias voces han cuestionado el comportamiento del partido ante las denuncias del acoso sexual y no solo exigen que se endurezca el protocolo de actuación sino que se actúe con máxima diligencia para expulsar a los acosadores.
En este momento político, cinco destacados sanchistas obligados por Sánchez a dejar sus ministerios para presentase a elecciones autonómicas pasean su falta de entusiasmo ante los ciudadanos a los que piden su voto.
Sánchez les prometió en su momento que en caso de no alcanzar su objetivo tendrían un cargo alternativo, pero tal como recogen los sondeos, serán multitud los que quedan colgados de la cuerda y no es seguro que haya hueco para ellos.
Y no hay mayor peligro que un amigo caída en desgracia.
Sánchez va a hacer lo imposible por mantenerse, lo imposible e impensable. No hay ninguna operación seria en marcha para sustituirle, y lo que toca por tanto es armarse de aciencia y ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
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