Opinión

Héroes o traidores

Estos días se publicó el acto vandálico y cobarde de profanación de la placa conmemorativa de 170 republicanos fusilados en el Campo de Aragón del Cuartel de San Francisco en Ourense. Si pudieran, parece que volverían a fusilarlos.

Yo vivía con mis tíos Fructuoso Manrique, teniente coronel de Carabineros retirado y secretario general de Izquierda Republicana, y su esposa, así como Marcial García Barros, teniente de seguridad. Mi tía Josefa, esposa de Fructuoso, era activista de Acción Católica, que dirigía Dª Angelita Varela, marquesa de Atalaya Vermeja. Entonces yo iba a la catequesis de Santo Domingo, siendo párroco D. Fernando Quiroga Palacios. Por tanto, en nuestra casa se vivía un ambiente religioso. Recuerdo los altercados que se producían durante esa primavera de 1936, fundamentalmente entre comunistas y falangistas. Mi tío Marcial intentaba resolver y de hecho disolvía aquellas manifestaciones violentas, fueran de la ideología que fueran. Manrique, como gobernador que fue antes de Martín March, detuvo a personas que alteraban el orden público, entre ellos algunos falangistas, alguno de los cuales le envió anónimos con amenazas de muerte a él y/o su familia.

El 18 y 19 de julio había un estado de expectación y diálogo entre el Gobierno Civil y los militares. Según puede verse en el Consejo de Guerra celebrado contra el teniente de Seguridad Marcial García Barros y otros, los militares dudaban si secundar o no el golpe militar que se había anunciado en África, puesto que muchas provincias no lo habían seguido. No obstante, las tropas estaban acuarteladas en el Cuartel de San Francisco esperando órdenes de A Coruña.

Mientras tanto, en el Gobierno Civil, se constituía el Comité de Defensa de la República, del que formaban parte el gobernador, Sr. Martín March; el alcalde de Ourense, D. Manuel Suárez; el delegado de Trabajo, D. Eduardo Paris; el director de Correos, D. Luis Izquierdo; el abogado Alfonso Pazos Cid; el profesor Jacinto Santiago; el secretario general de Izquierda Republicana, D. Fructuoso Manrique, y el comandante de Carabineros Sr. Ayala. Todos se reunían en el Gobierno Civil o en la Casa del Pueblo o en el local de Izquierda Republicana, sito en la calle del Paseo de Ourense. El día 19, el comandante Ayala recorre la provincia para ver el estado y fidelidad de las fuerzas de orden público (Cuerpo de Carabineros). El comandante Ceano y el gobernador civil se amenazan, uno con sacar las tropas militares a la calle y otro con repartir armas y explosivos que tenía a su disposición a gran parte de la población, muchos de colectivos obreros, que se las reclamaban.

El día 20 de julio, en el edificio del Gobierno Civil, entra mucha gente desconocida, por lo que el gobernador civil ordena al teniente de Seguridad Marcial García Barros que cierre las puertas, lo que ordena desde el descanso que hay en la escalera. En ese momento, sin haber llegado a cerrar las puertas, entra el comandante Ceano y pregunta a García Barros a las órdenes de quién está, y éste le contesta que “a las órdenes del Gobierno”. Ceano le dice: “Pues el gobierno soy yo”, y García Barros le contesta: “Pues a sus órdenes, mi comandante”. Ceano sube al primer piso y detiene al gobernador y sus acompañantes. Muchos ciudadanos, mayoritariamente obreros, que estaban en la calle esperando la entrega de las armas, se dispersaron. Comenzaron enfrentamientos de obreros y falangistas en algunas localidades de la provincia. El gobernador militar, el teniente coronel Luis Soto, llega al gobierno más tarde.

Durante la noche del 19 al 20, el llamado Comité acuerda no entregar las armas a la población para evitar un enfrentamiento de consecuencias imprevisibles, en el que “la sangre llegaría al río Barbaña”. El teniente García Barros sigue en su puesto y Manuel Suárez, el alcalde, también sigue en el Ayuntamiento. Consumada la ocupación de la ciudad sin que se oyera ni un solo tiro o explotara un cartucho de dinamita, a los pocos días, los militares detienen al teniente García Barros; su cuñado, el gobernador civil; Fructuoso Manrique, y todos los que pudieron, pues muchos ya habían escapado. Posteriormente los fueron cogiendo y “juzgando”.

Pasados unos meses la represión no es fuerte, pero al ver que no se conseguía tomar Madrid y que la guerra se podría perder, comienza una brutal represión en Ourense posiblemente como venganza… En agosto del 36 se celebra el “consejo de guerra” contra “Marcial García Barros y otros”.

Hace años consulté el archivo militar de Ferrol, donde el coronel que lo dirige fue enormemente atento y servicial, y encontré enormes contradicciones de muchos de los testigos que participaron en ese consejo de guerra, especialmente Soto, quien según indican las actas del archivo militar en el folio 184 G.P. 132613, en su declaración dice que “las masas republicanas daban gritos de UHP sin que el teniente García Barros hiciera nada para impedirlo” y que “cuando llega al Gobierno Civil encuentra la puerta cerrada” y que “a las órdenes del declarante fue inmediatamente abierta y que el teniente García Barros no llegó a oponer resistencia”. No podía encontrar la puerta cerrada puesto que ya había llegado el comandante Ceano, por lo que no se habían llegado a cerrar. Como se ve, el “juicio” llamado “consejo de guerra” fue una patraña.

De poco valdría la solicitud para condonar la pena del capitán Cerviño, del teniente coronel Cedrón, del párroco, más tarde cardenal, D. Fernando Quiroga Palacios etc, etc. A pesas de estas solicitudes ejecutaron la sentencia de la patraña de consejo de guerra que había dispuesto la ejecución a muerte. Otros muchos ni siquiera tuvieron la opción del consejo de guerra, directamente fueron “paseados”.

Si el Comité de Defensa de la República, la noche del 19, hubiese decidido entregar las armas a los obreros se hubiera producido un enfrentamiento con un grave derramamiento de sangre entre la población. Los obreros que esperaban en las portillas del Padornelo y la Canda hubieran impedido el paso de los falangistas que iban a socorrer a sus compañeros en el Alto de los Leones, punto de capital importancia para la marcha de la guerra.

Por tanto, estas personas fusiladas que de algún modo dieron su vida para evitar un derramamiento de sangre mayor, ¿cómo deberían ser consideradas?, ¿héroes o traidores? Sin duda, estos héroes olvidados merecían un acto de desagravio con la máxima asistencia y consideración.

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