Los silencios

UN CAFÉ SOLO

Publicado: 28 jul 2025 - 01:55

Opinión en La Región | La Región
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Hay silencios que no deberíamos permitirnos. Cierto. Los hay que deben ser desgarrados para ver la realidad y combatir lo malo que hay en ella. Hay silencios que matan, agreden y son perjudiciales para una supervivencia sana. Pero como mantiene el taoísmo, en el universo siempre hay un yin y un yang, dos fuerzas opuestas y complementarias, fundamentales para su existencia y equilibrio. El silencio también tiene su reverso. El que nos habla de la trascendencia de que exista. Porque también cuenta cosas. Dejémoslo fluir.

Tanto nos hemos acostumbrado al ruido externo que mezcla ritmos y palabras sin orden, que no somos capaces de oírnos. No tenemos la certeza de que lo que pensamos sea nuestro y no una mera réplica de algún estribillo coreado hasta la saciedad, como en las canciones de verano. Es bueno bajar el volumen. Aunque nos genere ansiedad escucharnos, al menos sabremos cómo es nuestra voz y podremos ponerla en el lugar que consideremos más apropiado.

Si el corazón reconoce que no tiene palabras ante el desconsuelo ajeno, sigamos su dictado. Estemos callados. Una caricia o un abrazo serán más eficientes, con la garantía añadida de que no causarán un daño innecesario. Cuando nuestro cerebro nos lance la alerta de que carece del suficiente conocimiento para entrar en debates estériles, no lo ignoremos. Mejor cerrar el paso a palabras necias y escuchar. No podemos saber de todo, pero sí podemos aprender de todo. Y eso se hace mejor con la boca cerrada y los oídos abiertos.

Si en el amor y en la amistad podemos estar callados, sin sentirnos incómodos, estamos en el lugar adecuado. Solo los auténticos son capaces de afianzarse firmemente en la calma del sigilo.

Si decidimos mentir y nos descubren, asumamos las consecuencias y después demos paso al silencio. Justificarnos en argumentarios disparatados no hará más que dejarnos en evidencia, lanzando al aire nuestras carencias.

Si en el amor y en la amistad podemos estar callados, sin sentirnos incómodos, estamos en el lugar adecuado. Solo los auténticos son capaces de afianzarse firmemente en la calma del sigilo.

Si los alaridos de multitudes nos hacen ensordecer, hagámoslos callar. Solo así podremos percatarnos del silencio absoluto que lleva la desolación.

Necesitamos aislar los ruidos interesados, intensos, que nos rompen los tímpanos y nos niegan la posibilidad de entender. Debemos recuperar el sosiego que nos regala la ausencia de alborotos para comprender en profundidad lo que está pasando. Solo desde ahí, tal vez, podremos escuchar el rugido de estómagos vacíos y las muertes del hambre en Palestina, los terrores paralizantes que acallan las voces de las mujeres en Afganistán o los asesinatos y suicidios inducidos por insultos con demasiados decibelios. Solo para empezar.

Por eso es ya una emergencia, buscar el espacio desde el que obligarnos a meditar sin distracciones, en silencio, y descubrir quienes somos de verdad. Una vez conseguido, ya sí que seremos los únicos responsables de nuestras respuestas. Aunque cada vez estemos menos preparados para asumirlas sin excusas.

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