El "tonto útil" de la política

Publicado: 24 dic 2025 - 03:40

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En política, pocas figuras resultan tan eficaces -y tan peligrosas- como la del llamado “tonto útil”. No es un insulto, aunque lo parezca; es una categoría. Designa a quienes, movidos por la fe ideológica, la ingenuidad o la indignación permanente, trabajan con entusiasmo para intereses que no son los suyos. Lo hacen gratis, convencidos y, a menudo, con una superioridad moral incuestionable.

El tonto útil no suele ocupar cargos de poder ni tomar decisiones relevantes. Su función es otra: justificar, amplificar y defender. Es el ciudadano que explica lo inexplicable, excusa lo inexcusable y ataca a cualquiera que se atreva a cuestionar el relato dominante. Cree participar en la historia cuando en realidad está siendo utilizado por ella. Este fenómeno no es nuevo, pero sí más visible que nunca. Las redes sociales han convertido a miles de personas en militantes espontáneos de consignas simples y emociones fuertes. El matiz estorba, la duda molesta y el pensamiento crítico se interpreta como traición.

En este clima, el tonto útil florece: comparte sin leer, opina sin informarse y acusa sin contrastar. Los líderes políticos conocen bien este mecanismo. Saben que no necesitan convencer con argumentos sólidos cuando pueden movilizar emociones primarias.

Basta con señalar un enemigo -real o inventado- y ofrecer un relato cómodo donde unos siempre tienen razón y otros siempre están equivocados. El tonto útil hará el resto: repetirá el mensaje, atacará al disidente y protegerá al poder incluso cuando ese poder actúe contra sus propios intereses. El problema es que esta dinámica degrada la democracia. El debate público se empobrece, la polarización se normaliza y la política deja de ser un espacio de deliberación para convertirse en una batalla tribal. Cuando la lealtad a unas siglas o a un líder sustituye al juicio personal, la ciudadanía pierde su papel más importante: controlar al poder. Paradójicamente, los tontos útiles suelen ser los primeros en ser abandonados. Cuando el relato cambia o el ciclo político se agota, dejan de ser necesarios.

Nadie les agradece su fervor ni su sacrificio. El sistema que defendieron no les debe nada. La única vacuna contra este fenómeno es el pensamiento crítico. Informarse, desconfiar de las verdades absolutas, escuchar al que piensa distinto y asumir que equivocarse forma parte de la madurez democrática. En política, la fe ciega no es virtud: es una herramienta de dominación. Porque una sociedad llena de tontos útiles no es una sociedad comprometida, sino una sociedad vulnerable. Y esa vulnerabilidad siempre acaba siendo aprovechada por quienes mandan, no por quienes creen mandar.

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