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Lo más curioso y lo más divertido. si no fuera descorazonador y se tratara de un asunto tan relevante, es que una organización de carácter militar en la que participan los principales países del mundo occidental se haga trampas en el solitario. En el caso de España el truco parece haber salido bien, y de ser el patito feo de la OTAN ha pasado a entrar en el grupo de los que cumplen con el objetivo marcado en 2014 en Cardiff de llegar a una inversión en defensa del 2%. Como se ha obrado el milagro, a base de mover unas partidas presupuestarias de un lado a otro lado o de incluir como gastos de defensa otros que lo son de forma colateral, es una cuestión que tienen que desentrañar los expertos, que albergan muchas dudas sobre que, de verdad, se haya conseguido alcanzar esa cota. Seamos prácticos: si la OTAN, con el “frugal” Mark Rutte en la Secretaria General, ha dado por buenos los datos españoles hay que seguir alimentando la ficción. Y el PP también haría bien en no remover este asunto y aceptar la versión de Bruselas.
Cuando, hipotéticamente, España ha llegado al 2% del PIB en gasto de defensa, solo habría pasado una meta volante, porque la previsión para los próximos diez años es alcanzar al 5% del PIB tal y como se ha propuesto en la última cumbre de la OTAN en La Haya, en la que la presencia del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, intimidó a los líderes europeos que acataron la instrucción... salvo Pedro Sánchez, pese a que otros mandatarios cuestionaban la cifra impuesta por Trump y existía el convencimiento de que muy pocos países llegarían a cumplirla en el plazo establecido. Sánchez defendió que con llegar hasta el 2,1% de gasto en defensa se cumpliría el compromiso en las capacidades militares exigidas a España.
Sánchez tendrá que explicar de puertas adentro, sobre todo a sus socios progresistas, como ha sido capaz de dar un salto de cuatro años para cumplir el objetivo del 2% comprometido con la OTAN, de dónde ha salido el dinero sin recortar gastos sociales y por qué esos fondos no se han dedicado a mejorar los servicios públicos.
Ahora se da la salida a una nueva etapa en la que España ya no se encuentra en los últimos puestos del pelotón de la OTAN, lo que puede suponer un alivio para la posición de España en el concierto internacional, muy debilitada últimamente al quedar fuera de los principales grupos de trabajo que buscan la paz sobre la guerra de Ucrania. Aunque trata de no hacer bandera de ello, Pedro Sánchez, se ha convertido en una pequeña piedra en el zapato de Donald Trump, que habría decidido que no se contara con él para ninguna reunión relevante, a lo que se han plegado el resto de líderes de las principales naciones que acudieron a Washington a rendirle pleitesía y volvieron con las manos vacías. A Pedro Sánchez le habría gustado estar en esa foto, pero también se ha evitado sufrir la humillación. De lo que no hay ninguna duda es de cuál es la posición del Gobierno español en las dos guerras: a favor de la paz sin cesiones territoriales en Ucrania, y en contra del genocidio israelí en Gaza. En ambas choca con las posiciones de EEUU.
Sánchez tendrá que explicar de puertas adentro, sobre todo a sus socios progresistas, como ha sido capaz de dar un salto de cuatro años para cumplir el objetivo del 2% comprometido con la OTAN, de dónde ha salido el dinero sin recortar gastos sociales y por qué esos fondos no se han dedicado a mejorar los servicios públicos. Los gastos en defensa no gozan de buena prensa en nuestro país, quizá porque se ve muy lejana la amenaza del oso ruso, y por ese motivo tampoco ha calado en la sociedad española el debate sobre la recuperación del servicio militar obligatorio, en la línea que van otros países europeos. El PP, por su parte, abrazó como asumible la cifra del 5% del gasto en defensa, al tiempo que prefiere que el Gobierno de Sánchez no aparezca como un socio fiable y comprometido en la defensa europea.
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