Miguel Abad Vila
TRIBUNA
El experimento de Minnesota
Crónica Internacional
Primero fueron los jueces estatales que trataron de frenar algunas de las iniciativas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que contravenían principios y normas que favorecían las políticas de diversidad, igualdad e inclusión y que pretendían limitar la persecución desatada contra los inmigrantes ya fueran legales o ilegales. Luego fue el ataque a las Universidades más prestigiosas del país consideradas un nido de izquierdistas radicales a las que ha maniatado por la vía de cortar el flujo de dinero federal, y ahora, tras el asesinato del líder juvenil de su partido MAGA, Charlie Kirk, el mandatario estadounidense ha intensificado su campaña para acallar a los medios de comunicación críticos con su persona y con su gestión, un ataque sin precedentes a la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU, que la consagra. Como en la cita del pastor luterano Martin Niemöller, cuando Donald Trump vaya en contra de cualquier institución, organización o movimiento que le contradiga para entonces ya no quedará nadie que hable en su nombre.
Los mismos conservadores estadounidenses que se quejaban de ser víctimas de la cultura de la cancelación aplicada desde posiciones izquierdistas se han convertido ahora en los principales atacantes del derecho a la libertad de expresión y de crítica al poder ejercida por los medios de comunicación
El despido inducido del humorista Jimmy Kimmel y la cancelación de su show nocturno en la ABC, uno de los más seguidos en el país, tras un comentario sobre la reacción en el movimiento MAGA y de Trump tras el asesinato de Kirk, se une a otras cancelaciones como la Stephen Colbert. en la CBS, todo ello siguiendo las instrucciones del presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, el regulador que tiene la manija para autorizar o denegar las operaciones corporativas más importantes de esos medios de comunicación y para mantener o retirar las licencias a las grandes cadenas de televisión, amenazadas de cierre si no cambian su línea editorial, y a las que el propio Trump considera una extensión del Partido Demócrata.
Las ‘recomendaciones’ de Carr para suspender programas, “por las buenas o por las malas” se unen a las demandas multimillonarias interpuestas por Trump contra algunos de los periódicos más relevantes de EEUU, como The New York Times o The Wall Streeet Journal, por difamación. Los mismos conservadores estadounidenses que se quejaban de ser víctimas de la cultura de la cancelación aplicada desde posiciones izquierdistas se han convertido ahora en los principales atacantes del derecho a la libertad de expresión y de crítica al poder ejercida por los medios de comunicación , uno de los principales pilares en los que se sustenta una democracia liberal.
Todo ello va acompañado de la calificación de “terrorista” o de “izquierda radical” para todas las organizaciones que caen fuera del ámbito del movimiento MAGA, al igual que durante el ‘macarthismo’ cualquier posición progresista se consideraba que estaba al servicio del comunismo.
La persecución hasta su desaparición de las pantallas de figuras de la comunicación como Colbert y Kimmel solo es el comienzo de una purga que está previsto que alcance a otros humoristas críticos con Donald Trump, que el mismo ha señalado con el dedo cancelador. Si el presidente sigue con su acoso a los periodistas y a los medios independientes es posible que dentro de un tiempo no haya nadie para contarlo y Niemöller vuelva a tener razón.
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