Jorge, el flautista de la ciudad, un ángel herido

Publicado: 01 sep 2024 - 06:30 Actualizado: 02 sep 2024 - 13:24

Jueves, 29 de agosto

Ya lo sabrás; a Jorge, el flautista de la ciudad, alguien le segó su cuello en el lado duro de este trozo de mundo. El flautista ya no recorrerá más las calles soplando desde muy temprano hasta el amanecer. Ay, como una maldición de los dioses, repetía casi siempre el mismo estribillo musical. Iba de aquí para allá por la calle de los vinos y, de inmediato, regresaba al lugar donde había comenzado. Como aquel rey griego que fue castigado a subir una piedra circular que antes de llegar a la cumbre rodaba de nuevo hasta la base y de nuevo tenía que volver a subirla en una condena eterna.

Ya no lo veremos caminar anfetamínico, erguido, altivo y con frecuencia displicente con quien no le daba una moneda. Pero detrás de su gesto agrio, había una bondad machadiana. Su pasión era buscar objetos interesantes en la calle. Decía: “En la basura te encuentras de todo”. Siempre llevaba un libro en la mochila. Cierto, era un tipo muy leído. Conocía a todos los poetas de la generación beat. Recitaba de memoria: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles al amanecer”. Le gustaba también aquella cita: “Vivir tres cuartos de la vida arriesgadamente y el resto del tiempo dedicarlo a la reflexión”.

Día a día, sin excepción, lo veías caminar por la calle con su flauta como un ángel herido

Alguna vez me dijo: “Estoy condenado a esta ciudad, es como un lugar de arenas movedizas del que no puedes escapar”. Tenía su ética. Una noche me pidió con urgencia cinco euros; vi que llevaba un gastado libro de Kerouac. Le dije, bueno, pues te compro el libro. Entonces, él me miró con gesto punzante: “Este libro va a ser mi lectura de esta noche, vendértelo es como si me traicionara a mí mismo o vendiese algo de mi alma”.

Alguna vez su silbido me recordó el verso de Valente, “Pequeña ciudad sórdida, perdida / municipal, oscura”. Cierto, todos los que lo conocíamos intuíamos que iba a morir joven. Como aquel cantante punk que afirmó: “Quiero morir joven para estar guapo en el ataúd”. O aquella generación que no pasó de los veintisiete y que el flautista amaba. Ay, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Jannis Joplin, Brian Jones...

Día a día, sin excepción, lo veías caminar por la calle con su flauta como un ángel herido. Había recorrido mundo metido en frecuentes trifulcas. Era de esos que no se derrotan así como así, de los que afirman que el infierno les es cosa familiar. Decía: “Lo que más me jode es que duermo en la calle y siempre algún colega intenta robarme. Me jode también la puta envidia, también en la calle. Después de tanto caminar, uno no comprende cómo la peña se alegra del mal ajeno y se entristece por el bien del otro”.

Esta ciudad siempre dio extensas camadas de músicos

Qué malos tiempos, se prohíbe tocar a los músicos callejeros que andan de aquí para allá, clandestinos, temiendo que los maderos arramplen con su guitarra e instrumentos. Ay, todos recordamos a Carlos, otro músico que con su Stratocaster en las manos se sentaba en su lugar favorito de la Plaza del Hierro. Recuerdo su barba larga, su rostro enjuto y su obsesión por tocar insistentemente ‘Pardao’ de Los Suaves. “Entre los charcos de la última lluvia / Y a una esquina no muy frecuentada / De una ciudad sucia y olvidada / Llega el cantor a empezar la jornada”.

Esta ciudad siempre dio extensas camadas de músicos. Allá a principios del siglo XX ya había cafés cantantes como el Royalti, donde un adolescente Blanco Amor servía agua a los clientes con la jarra. Aún pude ver en el mítico café La Bilbaína, a aquella orquesta, ‘Reñones’, que acompañaba a aquellas artistas ligeras de ropa.

Afonso Monxardín contó que nunca le daba nada al flautista. “Un día me espetó: ‘No me das nada pero te jodes que no leeré más tus artículos”. Desde ese día, Afonso como yo, lo tomamos por nuestra ONG.

(Una noche, ya de retirada, Jorge me tomó del brazo: “Te diré mi secreto, hago plegarias cada noche a los dioses para que me den el poder del flautista de Hamelín y que pueda, como él, llevar tras de mí no sólo las ratas sino todos los males de esta ciudad”.

Ay, no puedo evitar escribir el verso que cantó Mercedes Sosa: “Si se calla el cantor, calla la vida”).

Contenido patrocinado

stats