Pilar Cernuda
LAS CLAVES
Sánchez, cuestionado por los suyos pero inamovible
Mediada va la vendimia, los buenos vinos de mañana nos liberarán de las malas horas de hoy. Amanece ya con pereza y bruma la luz del cielo, y se marcha con urgencia, en un rapto de arrepentimiento, como si llegara tarde a alumbrar otro hemisferio. Amarillean canosos álamos, chopos y abedules, y el alba y el crepúsculo se nos humedecen a traición, dejando en vano recuerdo las tibias noches agosteñas. No es el frío aún, pero el vapor ocasional de los cristales y las lunas confiesa el secreto de la furtiva huida de los días de sol y playa en un vagón de lejanías. Nos quedará solo el recuerdo del aroma a mar o a los campos en flor, salitre en las pieles doradas, o retama, malva, hinojo y romero en agua de San Juan, la memoria que más tarda en evadirse.
Desgastado el azul del dorso y crema amarga en el pecho, plumaje envejecido esperando el resurgir
Con permiso de las lágrimas negras que sembraron los fuegos, apuran el grosor del fruto los castaños, que riegan ya sus suelos con los primeros erizos, que en pocas semanas formarán ríos de oro marrón en los cestos, y más allá en el calendario humearán en abultados cucuruchos de periódicos, tapizando de aroma otoñal las rúas del castañero, y juntarán a los amigos y las familias en los magostos que caldean barrios y jardines.
Desgastado el azul del dorso y crema amarga en el pecho, plumaje envejecido esperando el resurgir, se marchan ya las últimas golondrinas de la temporada, poniendo en alquiler sus nidos en techos, cornisas y establos, que han de llevar los versos becquerianos y sus vuelos de alegría y audacia a Senegal, Mali, Nigeria o Camerún; nos roban el último verano, pero siempre nos prometen una próxima primavera con vestidos nuevos y brillantes, removiendo sobre nuestras cabezas el aroma de las flores.
Bajo nubes septembrinas esculpidas en carboncillo con forma de monstruo, miran los viejos a las alturas, desde sus campos dorados, partidos por franjas de fulgor verde en donde las huertas, que suplican anaranjada colecta las calabazas y maduran las legumbres tardías, y entreverados terrenos, según la zona, por las mareas ya rojizas de los viñedos. Nos faltan las lluvias de armonía y persistencia que rieguen con prosperidad de boletus y níscalos los soutos de castaños, pinares y robledales, para el ritual familiar del cesto y el mantel de cuadros, que desentierra al niño que nunca hemos dejado de ser, celebrando la estación en que pisar las hojas es una orquesta de crujidos.
En las montañas, resuena ya la canción del otoño, el bramido sobrecogedor de los ciervos en exhibición de virilidad, desnudas ahora sus astas del terciopelo, en competencia con otros machos, chasquidos secos de maderas y jadeos de bestia. La berrea es la hermosa brutalidad de lo inhumano, el premio ancestral del silencio de los valles. Veremos más al corzo, al jabalí, a la ardilla, y al tejón, y se jugarán la vida los erizos en carreteras secundarias, en la busca desesperada de alimento, para hibernar con opulencia y calidez.
Que Dios hizo los ciclos y las estaciones para que, sea cual sea la tribulación del mundo, y no es poca en estos días, podamos asirnos a dos manos, con serena esperanza, a los mundos que viajan parejos por el espacio y el tiempo, con una al calendario litúrgico, con otra al de las cosas del campo
Y todo, en fin, rodará a su tiempo hacia la insondable verdad de la naturaleza, que se nos hace misterio en cada abstracción, que solo la aprehendemos entre los brazos del conocimiento, por la sencilla y milenaria sabiduría del campo de nuestros mayores. Que asoma un siglo más el Veranillo de San Miguel, digan lo que digan los modelos climáticos y los cuadros llenos de fórmulas matemáticas, que aprieta un relámpago de calor, como una foto de despedida, para que la piel no olvide el placer del bronceado, y para que no desespere el alma trémula con miedo a las noches largas del otoño, o a las nieves del verano, que Dios hizo los ciclos y las estaciones para que, sea cual sea la tribulación del mundo, y no es poca en estos días, podamos asirnos a dos manos, con serena esperanza, a los mundos que viajan parejos por el espacio y el tiempo, con una al calendario litúrgico, con otra al de las cosas del campo. Certezas, querencias, texturas, y rituales que nunca nos abandonan.
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