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Desde el Eo al Miño, en ese sembrado de eucaliptos de hasta una anchura de 10 km. la franja costera ocupa. Donde nada arde. Será que haya que plantarlos como especie única en todo el país galaico a la vista de la desertización que se avecina, para asemejarnos a la Australia oriental, la de los grandes bosques de acacias y eucaliptos.
Todo eso quedó sin vida, y lo que es peor, que el fuego que devoró sobre todo los brezos o erikas, sigue royendo el interior de los tocones de los brezos que no en vano, en tiempos de carboneros, sirvieron para alimentar cocinas y estufas
Lo que arde, como en la película de Laxe, es ese monte dicho bajo…pero también las grandes masas boscosas, sobre todo los pinares reforestados de esas laderas que desde Manzaneda se desparramaban al sur, occidente y al norte. Los pinos de Manzaneda eran un muestrario magnífico sembrado de arándanos bajo su cubierta. Todo eso quedó sin vida, y lo que es peor, que el fuego que devoró sobre todo los brezos o erikas, sigue royendo el interior de los tocones de los brezos que no en vano, en tiempos de carboneros, sirvieron para alimentar cocinas y estufas. Recuerdo a una Trevinca que por meses estuvo ardiendo en sus entrañas, sobre todo en las allí abundantes turberas.
Todo ese espléndido macizo se ha quemado. Las lagunas glaciares, esos relictos del Cuaternario, que son otro de los grandes atractivos del macizo, se han visto afectadas: la laguna encantada de A Serpe, en todo su perímetro: ahora, también los dos lagos de A Baña, que aunque un tanto desdibujados por tanta cantera de pizarra cercana, tienen su encanto desde que se tomó cuidado de ellos, porque una treintena de años ha aparecían en sus riberas hasta desechadas neveras; la laguna de los Patos, la de máxima altitud, por los 2.000; la de Cubillas y Yeguas, de las primeras que te encuentras después de la de los Peces camino de Peña Trevinca; la de Riopedro, camino del Picón; no sé si las de Piatorta que dan a dos cuencas: la del Duero, y la del Miño que alimenta al Bibei.
Las laderas del mayor receptáculo natural de agua dulce de la Península, el Lago de Sanabria, conocido también por los nombres de Vilachica o de San Martín de Castañeda, según monasteriales documentos; sus frondosos robledales de las laderas sur y este han desaparecido; la del norte que baja del monasterio, también, y la del oeste. No queda más que la de Peces, porque la misma que se alberga en la sierra de la Cabrera, la de Truchillas, ignoro si entra en el cupo de las devastadas.
Un panorama dantesco que sobrecoge aun a los ocasionales visitantes como nosotros. No quiero pensar cuánto a los vecinos. Qué será de esa ruta desde la laguna de Cárdena a la cabecera del Lago de Sanabria, en Ribadelago, todo un muestrario de variadas frondosas. O de esa otra, subida o bajada, desde el Pico del Frade que va serpenteando a lo largo de la antigua vía, ya desmontada, del funicular de las obras para construcción de las presas de Cárdena y Garandones, y no digamos de ese sendero a través de los inigualables roquedos del Cañón del Tera con sus paradisíacos rincones de la poza das Ninfas y la de San Martín, o arribando al pie de la presa de Vega de Tera, la derribada en 1959, impacta ese pedazo de muro que cual retal permanece adosado a la ladera testigo evidente del desastre, sin citar a ese también prodigioso Cañón de la Forcadura por donde desde la laguna de los Peces discurre un rio hacia Vigo de Sanabria para rendirse al Tera más abajo. También los que te llevan a la laguna de Carros camino de la de Sotillo, que no sé si devastada por el fuego o ese camino de los Frailes desde Ribadelago a San Martín de Castañeda.
Perdidos por años todos esos parajes por donde habituales recorridos todo el año hacíamos con renovados votos en cada treking y amigos siempre diversos. Qué será de ese más que sendero a veces pista que desde la laguna de los Peces te llevaba a la de Yeguas, más adelante, camino de Peña Trevinca, distante 9 km. No quiero imaginar las inigualables vistas de los valles orientales, camino del Picón, ese otro 2.000, cuando antes pasabas por el lagunallo de Riopedro.
Dicen que se salvó el Teixedal por muy poco. E imaginamos también que el Hoyo Castaño, de no menos especies, que avistas en plenitud cuando por el crestón te aproximas a una Trevinca que fue.
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