Opinión

Howl (aullido)

Según ciertos indepes catalanes hay que soltar a esos políticos presos a los que ellos llaman presos políticos. Yo creo que lo que hay que hacer es soltar a los presos comunes. 

A los que robaron una moto o una gallina una vez; a los que agredieron a su cuñado en una cena de navidad, que era un insufrible el tipo y no dejaba de hablar después de los postres; a los que atracaron a alguien a la puerta de un cajero automático; a los que asaltaron una joyería alunizándola con un Range Rover y con el estruendo despertaron a todo el vecindario; a aquel chaval que una vez a punta de navaja en el Aurrerá de Madrid me sacó toda la pasta que yo llevaba encima a mis diecinueve años y que, por cierto, para sorpresa de mis amigos y mía, me la devolvió tres días después en el mismo sitio, en aquel patio oscuro de Argüelles e incluso me pidió disculpas ¡vaya delincuente elegante!; a los chicos que robaron un coche un día en un pueblo de Albacete, le hicieron un puente y condujeron toda la noche fumados hasta Alicante porque querían ver el mar que no habían visto nunca, y querían ver el sol amaneciendo sobre el Mediterráneo, quizá un sueño que ellos ya sabían se acabaría cuando los detuviera la Guardia Civil; a los que roban las carteras a los turistas en la Puerta del Sol o en una lejana estación del metro de Madrid. 

No sé, quizá deberíamos soltar no a los políticos presos, presos políticos o como quieran llamarlos, sino a los presos comunes. 

El otro día volví a ver “Howl” (Aullido) la película, una preciosa historia cinematográfica medio documental, medio peli, medio dibujos animados del año 2010 sobre el juicio que se hizo en los años cincuenta en Estados Unidos al editor del poema “Howl”. 

No se juzgaba al autor, el poeta de la Beat Generation Allen Ginsberg; ni siquiera el texto; se juzgaba al editor por publicar algo obsceno según los enardecidos ciudadanos a los que aquel libro les molestaba. El caso fue muy famoso porque ponía en cuestión la libertad de prensa y de edición. La sentencia del juez al final pareció sacada de una película de John Ford. Literalmente les dijo a los demandantes: miren, si no les gusta el libro, no lo compren y no lo lean. Punto. Pero dejen de dar la lata.

No sé si conocen ustedes el principio de “Howl”, dice así: "Yo he visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicos, histéricos, desnudos, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico picotazo". Y después sigue en ese tono cincuenta páginas más. Si me descuido “Howl” casi trata exclusivamente sobre drogatas y delincuentes.

Yo creo, repito, que a los políticos presos o presos políticos hay que dejarlos en el trullo, y en cambio deberíamos soltar a los comunes. Nos iría mejor.

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