Opinión

Sí, todo cambio

Un querido y admirado amigo, el gran fotógrafo Delmi Álvarez, me pasó el otro día un interesantísimo artículo que se publicó en Babelia el mes pasado y yo no había leído. Se titula "El fin del apretón de manos" y está escrito por el antropólogo Agustín Fuentes. En ese artículo desde una perspectiva antropológica Fuentes reflexiona sobre la desaparición, con motivo de la pandemia, de costumbres como los besos, caricias, abrazos, o el apretón de manos. Costumbres tan importantes para nuestra salud física y mental como para el sostenimiento de la estructura de nuestras sociedades tal como las hemos construido desde hace miles de años. Todo cambia.

El artículo me recordó una anécdota de mi infancia que nunca he podido olvidar. Es esta.

Mi padre tenía una tienda de motos, repuestos de automóvil e industriales. Yo tendría unos diez años y un día llegó un mecánico a la tienda en busca de alguna pieza. Supongo que hacía tiempo que mi padre y él no se veían ya que mi padre salió del mostrador saludándolo alegremente y extendiendo la mano para estrechársela. Hay que decir que mi padre solía ir vestido casi siempre de traje y el mecánico, por supuesto, venía con un mono lógicamente sucio. Entonces el hombre se echó atrás extendiendo las manos y mostrándolas, las típicas manos llenas de grasa de un mecánico en plena faena, y le dijo: ¡No, señor Custodio, que tengo las manos sucias! Mi padre echó un vistazo rápido a aquellas manos, siguió hacia él, le cogió el codo con la mano izquierda y con la derecha le estrechó la suya, un apretón de manos en toda regla, de esos enérgicos, mientras le decía con contundencia: "Eso no mancha, Manolo".

Pero sí que manchaba en otro sentido. En un sentido intrascendente, claro. Uno superficial. En aquella tienda tanto mi padre como mi hermano, yo que era un niño, y todos los empleados tras haber manejado rodamientos o cualquier otra pieza grasienta (casi todas lo eran) nos lavábamos las manos a conciencia en un diminuto y cutre lavabo que había al fondo del almacén. Y lo hacíamos ¡con Vim Clorex y un estropajo! O con Ajax. No sé si esto le dará alguna idea a los epidemiólogos hoy. Espero que no.

El apretón de manos ya ha desaparecido y no parece que vaya a volver. A mí a mi edad eso ya me da igual, pero siento tristeza por los jóvenes de ahora, porque ya no vayan a poder tocarse, besarse, abrazarse con la alegría y la libertad con que lo hicimos nosotros. O sea que sí, todo cambia como decía aquella canción, una de mis favoritas, de Mercedes Sosa: "Cambia lo superficial/ cambia también lo profundo/ cambia el modo de pensar/ cambia todo en este mundo/ cambia el clima con los años/ cambia el pastor su rebaño/ y si todo cambia entonces/ que yo cambie no es extraño".

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