Opinión

Yo soy Betty, la fea

Entre tanta serie de televisión tan cool de Netflix o la HBO tipo “Juego de tronos”, “El cuento de la criada”, etc., que nos inundan con espectaculares efectos especiales y producciones de lujo yo estoy volviendo a ver "Yo soy Betty, la fea". La ponen todos los días en una cadena no de pago que ni siquiera sé cual es. 

Vi "Betty, la fea" por primera vez cuando se estrenó en España. Supongo que en los noventa creo ya que entonces yo vivía en Madrid. "Betty, la fea" es la serie colombiana de mayor éxito en la historia de la televisión y una de las series sudamericanas más famosas del mundo. Se hicieron versiones en muchos idiomas y cientos de países y a propósito, la española y la americana no valen para nada, olvídenlas, la buena es la primera, la colombiana.

Supongo que todo el mundo conoce el argumento que parece sacado de un cuento de Andersen. Betty es una chica de familia modesta, inteligentísima, trabajadora, muy tímida, recién licenciada en Económicas con una notazas, cuando entra a trabajar para una empresa de moda en Bogotá. 

En ese contexto de lujo y glamour, el mundo de la moda, Betty es como una rana fuera del estanque. Se viste como una monja, se peina como una monja, se comporta como una monja, e incluso se mueve como una rana en seco. El tono grotesco de la serie y sus personajes que casi parecen tomarle el pelo al espectador (típico de las telenovelas sudamericanas) no hace sino acentuar esos detalles. El habla culta, elegante, divertida y preciosamente colombiana lo vuelve todo aun mejor. 

El caso es que Betty que por sus méritos llega a directora de presidencia y acaba siendo el corazón de la empresa se enamora de su jefe, un tipo guapo y rico. Pero él no la quiere, solo la utiliza para sus propios intereses preferentemente económicos. Entonces y como no podía ser de otra forma en un cuento de Andersen entra en escena un hada madrina, doña Catalina, una superproductora de eventos que se lleva a Betty a Cartagena de Indias como asistente personal para cubrir la organización de un acto: la elección de Miss Colombia. Allí, junto a aquel mar que Betty no había visto nunca antes, doña Catalina saca su varita mágica y convierte a Betty en otra cosa. Le cambia el peinado, le quita los malditos brackets y aquellas espantosas medias blancas, le quita las gafas de culo de botella, le pone un vestido bonito y Betty resulta ser una mujer no solo inteligente y buena como ya sabíamos, sino guapísima. Espectacular.

O sea, un cuento de Andersen. El patito feo era un cisne. Incluso con toda su estupidez la serie es maravillosa. Vuelvan a verla. Y como le dice siempre su padre a Betty que es hija única, un padre superprotector y al que hoy calificaríamos de retrógrado: "Hija, ten mucho cuidado, el diablo es puerco".

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