Opinión

Dubai o la madre de todas las burbujas

Cuentan los que allí han estado que todo en Dubai es superlativo: islas artificiales con hoteles y miles de villas de lujo; apartamentos en edificios que giran sobre su propio eje; casas que se compran y venden varias veces antes de que lleguen a construirse; entregas de llaves con un jaguar de regalo; o centros comerciales que rivalizan con las catedrales europeas por las excelencias de su diseño. Cientos de proyectos faraónicos que han transformado un antiguo paisaje áspero del desierto, con 50 grados a la sombra y una superficie como la de Álava, hasta hacer de él un símbolo de ostentación construido sobre arenas movedizas.


Al contrario de lo que sucede en su entorno inmediato, en Dubai no abunda el oro negro: la producción y comercialización de petróleo representa menos de la décima parte de la actividad económica. Motivo por el que, de manera intencionada, sus gobernantes optaron por convertirlo en un emblema mundial del turismo de lujo. Lo que explica que las actividades con mayor peso en el PIB sean la inmobiliaria y de construcción, con cerca del 23 por ciento, seguidas del comercio y los servicios financieros, con el 16 y el 11 por ciento, respectivamente. Y que los precios residenciales se hayan multiplicado por cuatro entre 2002 y 2008, coincidiendo con la apertura del mercado local a la inversión extranjera.


Con todo, Dubai no ha sido inmune a los rigores crediticios. Casi sin petróleo propio, con un elevado volumen de inversión en suspenso y un mercado inmobiliario que se ha desplomado un 40 por ciento en lo que va de año, nuestro protagonista se sustenta sobre el dinero ajeno y el apoyo de los seis emiratos hermanos. Ayer, uno de sus holdings estatales solicitó una moratoria para parte de su deuda. Lo que podría dar al traste con los primeros síntomas de la recuperación económica mundial e introducirnos en una segunda fase de la crisis, todavía más cruel que la primera por dos motivos. Primero, por lo que podría suponer para la banca involucrada la mayor bancarrota soberana desde el default argentino de 2001. Y, segundo, por la posibilidad de que en algún momento explote la siguiente burbuja en gestación: la de la deuda pública con la que se están financiando los excesos de la deuda privada.



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