La Región
TRIBUNA
O nadal sempre serás ti, “abueli”
Cuenta la leyenda que, tres días después de la muerte del Cid, las huestes del rey Búcar de Marruecos se aprestaron a recuperar Valencia. Por orden de doña Jimena, los servidores del Campeador lo embalsaman, le arreglan el rostro, le peinan la cabellera y le atusan la barba. Lo suben a su caballo, engarzando su cuerpo con dos tablas, protegido únicamente por su nombre. Y es así como se presenta en su última justa.
Su imagen, incólume, a lomos de Babieca y sosteniendo a Tizona es demasiado insoportable para sus rivales que, al primer galope del corcel, huyen despavoridos. Esta historia, como muchas versadas sobre Rodrigo Díaz de Vivar no es cierta porque, como dijo otro héroe, “los finales ideales ocurren solo en las películas americanas”. Rafa Nadal lo advertía en la víspera de su último baile y así fue.
La película la hemos vivido nosotros, espectadores privilegiados del mayor ciclón competitivo que han visto los tiempos.
Sí que es cierto que, desde su regreso en Brisbane, muchos nos agarramos a la inmensidad de su figura para confiar ciegamente en la extensión de un palmarés al que no le quedan huecos por cubrir. Lo hacíamos, sobre todo, cuando su grandeza se embadurnaba en la arcilla con la que los guerreros se pintan la cara al son de los tambores. El martes pude, por fin, sentir ese calor abrasivo que te emborracha al estar cerca de un competidor perfecto.
En contacto con esa aura expansiva creí, más que nunca, que su simple presencia, como la del Cid, sería suficiente para desactivar al rival. Y tieneque haber algo de eso. En el segundo juego Van de Zandschulp encadenó siete errores de saque y tres dobles faltas, presa del abismo. Pero Nadal es esclavo de la largura de su propia sombra porque su pelota ya no corre del modo en que lo hacía antes. Su dominio desde el fondo ya no es hegemónico, su drive deja de ser definitivo, su revés no desplaza igual al contrario y su saque ya no encuentra tantos ángulos.
Y, ¿qué más da? Rafa tenía que jugar. Estaba escrito. Con 14 años portó la bandera española para enseñarle el camino hacia su primera ensaladera e iniciar una historia de amor que alcanza seis idilios. En todos ha estado.
Ni nada ni nadie tenía el derecho de impedir que Rafa cerrase el círculo. El resultado es lo de menos. Su carrera está plagada de números que resultaría absurdo repetir pero ya no son importantes. Bajado el telón dice que quiere ser recordado como una buena persona. Y así será por lo mucho que se lo ha trabajado. Sí, muchas de las historias que se cuentan del Cid no son ciertas, pero eso también es lo de menos.
Su valentía, su lealtad y su justicia fueron escogidas por el pueblo a lo largo de mil años para arrojar luz en la desesperanza. Hoy, son las batallas de Rafa las que llegan a su fin pero, al mismo tiempo, su legado comienza un nuevo camino: se expone, irremediablemente, al juicio de las generaciones. Estoy convencido de que, dentro de mil años la figura de Rafa será todavía más grande porque, independientemente del uso que se le quiera dar a la bandera, la universalidad de su mito y la deportividad de su valores están por encima de la apropiación indebida de los elementos que nos unen.
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