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O nadal sempre serás ti, “abueli”
Especialista en el pancracio, Arraquión de Figalia es el primer gran luchador de la historia. En los Juegos de la 54 Olimpíada está a punto de ser estrangulado. Su entrenador grita:“Qué magníficos funerales tendrías si no te rindes en Olimpia”. Movido por un orgullo furibundo se revuelve y rompe los dedos del pie de su rival, que se rinde, pero, en un ataque desleal, parte el cuello de Arraquión. El de Figalia es coronado con el olivo después de muerto. Cerca de 30 siglos después, la lucha sigue siendo el epíteto de la resiliencia y, sus deportistas, los portadores del espíritu de Arraquión.
Lo que en Grecia es Figalia, en Cuba podría ser Herradura, un pueblo que, a mediados del XIX, no tenía más de 50 habitantes. Allí se fraguó la familia López Núñez que en 1982 dio a luz a Mijaín, el menor de tres hermanos. En una economía rural, desarrolló sus músculos corriendo detrás de animales y cargando cajas de frutas. Comenzó a practicar béisbol, pero a los ocho años su primer entrenador descubrió su verdadero talento.
En el país más icónico de la lucha revolucionaria, las medallas de sus deportistas se cuentan por victorias nacionales. Desde Múnich 1972 hasta Pekín 2008 Cuba se asentó en el top 10 del medallero. El agujero político y económico construyó otro presente. A cuatro días del final de los Juegos, la isla se encuentra en el lugar 36.
Podríamos debatir las razones que llevan a la judoka Ojeda y a la remera Cobas a desertar en París; por qué el equipo de refugiados cuenta con dos cubanos; o los motivos de que su delegación cuente con 62 deportistas y 21 compitan por otras banderas. Pero lo de Mijaín es una historia que excede cualquier arista. Es la viva imagen de un atleta que, en unas condiciones pobres, es capaz de ganar cinco oros consecutivos en el mismo evento individual, sentando un récord nunca visto y superando, con el apellido de una familia campesina, la pompa de los Lewis, Phelps o Ledecky.
Los zapatos de Mijaín quedan para siempre en el tapiz de París para recordar que, por enzarzado que sea el camino, hay una vía, la de no rendirse nunca, que conduce a la gloria.
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