Opinión

Poetas para los maios

Ahí vienen los maios. Permítanme que los celebre y evoque. Y que lo haga con cierta anticipación que espero que resulte igualmente comprensible, quiero decir, permisible; del mismo modo que también espero que disimulen si confundo los de Ourense con los de Pontevedra; algo que no creo que suceda, pero por si acaso. Escribo, pues, confiando en la memoria; ya saben, esa que nadie considera la loca de la casa y lo es en mucha mayor medida que la imaginación; aunque esta sea otra que tal baila.

Los de Ourense, no sé ahora, eran austeros y sobrios, piramidales y esbeltos. Espero que sigan siendo así, enxebres y puros. Entonces estaban ornados de bugallos en sus aristas y también a media altura de los cuatro triángulos isósceles que les daban la forma a la que aludo. ¡Ah, los bugallos! Se conocen también como carrabouxos y son esas excrecencias que les salen a los robles cuando algún insecto deposita sus huevas en los brotes apenas asomados. El resto del maio era musgo. Así eran en Ourense. Austeros y sobrios.

En Pontevedra, en cambio, donde los bugallos ponían naranjas y flores, los ornaban con fiunchos y loureiros haciéndolo de modo que el colorido era otro y más festivo, no sé si más paganao, aunque lo dudo. Otras eran sus formas, pues lo piramidal era sustituido por lo cónico y la esbeltez por una estética más plana de modo que se diría que los de Ourense fuesen góticos y los de Pontevedra románicos; al menos si consideramos el predominio de lo horizontal sobre lo vertical y viceversa. Hablemos de los de Ourense.

Llegaban a la Alameda del Concejo, entonces se llamaba así, recuerden que había alcaldías, pero no concellos, y se iban instalando en ella hasta ocuparla. La gente iba llegando, escuchaba las coplas que eran todo lo satíricas que los tiempos consentían y nunca mucho más, a veces un poco, sí, pero no mucho. Una vez oídas se compraban copias de las que más habían gustado y el que podía se las compraba todas para después evocar en casa las sensaciones vividas, releyéndolas una y otra vez hasta aprenderlas. O al menos eso procurabamos hacer algunos.

Se decía que las letras que cantaban eran debidas a los poetas. Se hablaba de Antón Tovar e incluso de Matilde Lloria, que era levantina, según creo recordar y no debía de saber mucho gallego. Tovar sí, claro. Antón, el que habría de acabar escribiendo el “Diario íntimo dun vello revoltado” había ganado por aquel entonces el Premio Marina de Poesía, convocado por la librería o imprenta que los Trebolle tenían en el Puente, en la acera opuesta a la plaza de abastos y más o menos a su altura. Creo que se llamaba “La Editora Comercial” o algo así. Debo de estar refiriéndome al año 1959 o como mucho al 1960. No ha de faltar quien precise mejor el dato.

El libro con el que lo había ganado se titula “El tren y las cosas” y tenía un verso que me conmocionó; decía: “dolor de muelas, dolor de calavera en vida” y no saben la impresión que me causó. Entonces yo tenía muchos dolores de ellas, créanme. Las más ya no están pero la calavera sigue. No me sucede como a la reliquia de la cabeza de San Juan, niño, que hay en la catedral de Venecia. Tengo de viejo la misma que tenía de niño. Las muelas en cambio ya no, las fui esparciendo por distintos puertos del Atlántico, al llegar a ellos, después de espantosas travesías soportando sus ataques, mucho peores que los del mar embravecido. Llegaba a la primera consulta de dentista que veía y le pedía que me la arrancase de inmediato. Luego regresaba al barco.

Una vez en Bilbao hice subir a uno que se iba de vacaciones con la familia para que me arrancase una de ellas. La familia se quedó esperándolo en el coche, yo subí con él, me la arrancó y luego se fue hacia su destino. Por algo mi padre me decía que yo era capaz de abrir una ostra por persuasión. Al regreso del viaje siguiente –entonces navegaba yo en un trasatlántico que hacia ruta fija- le llevé un loro de regalo en señal de gratitud. Luego lo narré, mal que bien, en un cuento,

“El tren y las cosas” era, supongo que sigue siéndolo, un libro entrañable y tierno que se me quedó atrás en alguna de esas bibliotecas que los divorcios se llevan y ¡ay! al contrario de las oscuras golondrinas, esas, hablo de las bibliotecas, esas, no volverán. Sigamos. Les decía que al autor, a Antón Tovar, se le suponía el anónimo responsable de no pocas de aquellas coplas. Como yo salí de Ourense precisamente por aquellos años ya me corregirán algunos amigos si es que estoy equivocado. Imposible no es, de todos modos. Imposibles eran los pitillos que mi admirado Antón liaba y sin embargo no sólo era capaz de hacerlos sino que incluso los fumaba. ¿Por qué no podría componer, entonces, coplas satíricas para ser cantadas? Eiquí ven o maio/ dende o galiñeiro/ disposto a cantar/ se lle dan diñeiro. Tampoco se vayan ustedes a creer que las letras se componían para el Premio Adonais.., o para el “Marina de Poesía”.

No sé cómo andará ahora Ourense de poetas dispuestos a componer coplas para los maios. Sospecho que Millán Picouto, que es persona seria y poeta encomiable, podría ser autor de alguna pero no tengo ninguna razón para suponerlo. Tendré que consultar con mi recontrapariente Afonso V. Monxardín a fin de que me ilustre, él, que es un tenaz observador de todo lo orensano..

El caso es que no me negarán que sería deseable que poetas sólidos como el citado prestasen anónimamente su voz como sucedía antaño, aunque como todo evoluciona es posible que aquella costumbre también lo haya hecho y, si sigue habiendo maios, que quiero creer que sí, cualquier día aparezca alguno patrocinado por donuts o coca cola y una lata o uno de esos dulces pringosos en el alto lugar que en mi niñez no pocos maios reservaban para despaganizarse colocando una cruz en su mayor altura. Ya me dirán que harían unos versos de Millán Picouto al pie de tamaño disparate.

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