Opinión

Vilariño das Poldras

Nunca he estado en Vilariño das Poldras, un espacio rural, literario y mítico, vívidamente descrito en Merece la pena, la magna novela de José Balboa Rodríguez, de reciente publicación (2018). El extenso relato gira en torno a la figura de Samuel, su personaje central. Asocia lejanas resonancias bíblicas. Encabeza los libros que llevan su nombre. Y destaca su figura por la incondicional obediencia al mandato divino; a su entrega personal y voluntaria. Y tal es el recorrido biográfico de Samuel en la novela de Balboa. Se desarrolla a través de tres generaciones y de tres espacios que se van alternando con gran dominio del relato: la aldea de Vilariño das Poldras, la lejana Habana en donde el padre de Samuel entierra la memoria de esposa e hijos. Y el más cercano, Bilbao, donde supera penurias y, a base de constancia, habilidad y esfuerzos, forma una familia y un reconocimiento profesional. La expresión coloquial del título, que se desdobla en variedad de enunciados: ‘merece la pena hacer un esfuerzo’, ‘una visita’; o ‘merece la pena si te hace feliz’, y hasta ‘merece la pena ser honrado’, asume la andadura ética, moral y familiar de Samuel. Su constante afán de superación conlleva un ir y volver a la casa de la madre, y un asumir la ausencia del padre. 

La frase coloquial ya desdibuja las varias lecturas que ofrece el extenso relato de Balboa. Merece la pena es el testimonio social de la vida rural de la España de la posguerra; en concreto, de la Galicia profunda, orensana, aislada, a mediados del siglo pasado: minifundios que aminoran productividad y suponen un gran esfuerzo laboral; familias numerosas cuya subsistencia era una lucha diaria con la tierra que apenas producía; la convivencia con la familia cercana y con vecinos que vigilan el ir y venir de cada uno. Tal el caso de la madre de Samuel, Erundina Couso Taboada. Se inventa una correspondencia con su marido, ausente, acallando el qué dirán de los vecinos: ni casada, ni soltera ni viuda. Y no falta la presencia del párroco don Manuel, vigía de la conducta de sus feligreses. Aconseja, ofrece ayuda, y se preocupa por el bienestar físico y espiritual de sus feligreses. 

Un coro de voces empiedran el complejo relato: la noticia del abuelo que ha roto la cadera, la muerte de un tal Rudesindo, la vuelta del emigrante al Uruguay que pone en valor la economía de su casa, la figura del maestro don Lino, la del tío Celestino, la del cartero que adelanta noticias, la historia de Pedreira, que sirvió en la División Azul.  Ejemplares cartografías biográficas. Sin faltar la referencia a la emigración masiva y las oportunidades que ofrece la lenta industrialización del país. Y el posterior boom de la construcción. Vilariño das Poldras es, pues, un microcosmos de la vida rural, de sus faenas agrícolas (sembrar, segar, pastorear, cardar, regar, recoger) y de sus miserias.

Como albañil Samuel llegó a Bilbao de la mano de Benito de la Cascadiña, y de su mujer Amalia. Y bajo su protección inicia nueva vida a orillas del Nervión. La caída de Benito en la obra le ocasiona la fractura de la base del cráneo y la muerte. La tragedia marca un nuevo punto de inflexión en la vida de Samuel. De ayudante de albañil a maestro de obra en un complejo de viviendas que el empresario Iñaqui construye en la ciudad del Nervión. Ya veinteañero se casa con María José, que procede de la misma aldea. Y con parte de su familia logra su sueño: bienestar familiar y reconocido estatus como profesional. Merece la pena es también un ágil y detallado  bildunsgsroman: el gráfico itinerario de Samuel que supera su determinismo social y biológico: su empobrecido pasado.     

Al narrador y al personaje (Samuel) les duele la memoria de una ausencia. Así lo expresa quien narra: «Ella, siempre tenía una respuesta para cada pregunta hacia la vida [. . . ]. Pero mi mejor maestra, la que cada día de nuestras vidas me dio una lección de cómo vivir el día a día fue ella». Y continúa: «Cuando la casa se llenó de niños [. . . ] solo el amor de  la madre era capaz de conducir todo eso por el sendero que los llevaba al puerto que cada uno tenía que amarrar. Eso solo lo sabía hacer, como digo, una madre, Mi María José». 

La memoria congela la fuerza destructora del tiempo. Se mueve del pasado al presente. Las vívidas imágenes presentes en las páginas finales de Merece la pena son la encarnación de una ausencia. Imbrica añoranza y melancolía. Lo ausente ya nunca se recobra. O tal vez sí, aunque de forma diferente. “Nunca desistí de volver a Pontevedra. Esa era una idea fija en mí. Quería volver a ver a mis abuelos, a mi hermana, a mis sobrinos, que no conocía. Era el sueño de todo peninsular. Lo demás es cuento”, comenta Manuel Ruiz, personaje del relato Gallego, del cubano Miguel Barnet. Las imágenes recordadas contienen, inevitablemente, una referencia básica con la persona que establece el recuerdo.

La biografía de Samuel se complementa con los rasgos autobiográficos de quien la narra. Y tanto al narrador como al personaje y al autor (Balboa) les duele la ausencia de la Mujer. La pluma es la lengua del alma, le comunica el Caballero de la Triste Figura (Don Quijote) al del Verde Gabán. Y lo es también en la novela de José Balboa Rodríguez. Porque a veces quien narra se está también narrando asimismo: su entorno social, en el espacio y tiempo ya como memoria aun presente. 

(Parada de Sil)

Te puede interesar