Opinión

Que baje Dios y lo flipe

Nos llaman ‘cruzados’ e ‘infieles’. Se esconden en un ‘santuario’ yihadista. Se ‘inmolan’. Se sienten ‘mártires’. Les prometen un ‘cielo de vírgenes’. Hacen la guerra ‘santa’. Los captan en los lugares de ‘culto’. Proclaman un Estado ‘Islámico’. Matan al grito de ‘Alá’. ¿Y me decís que esto no es un asunto religioso?

Se les contesta desde las ‘sinagogas’. Se hace por ellos ‘oración’. Tañen las campanas de la ‘catedral de Notre Dame’ en recuerdo de las víctimas. Se celebra allí una ‘misa ecuménica’. El ‘Papa’ habla de ‘blasfemias’ ¿Y me decís que esto no es cuestión de dioses ni creencias?

Las religiones han causado a lo largo de la historia más muertes que todas las guerras, todas las hambrunas y todas las pestes juntas. Los tres dioses más venerados nacen, viven, crecen, y se solazan en sangre: Sangre del cordero pascual. Ángeles del exterminio. Sangre de los niños inocentes. Inquisición. Guerras Santas. Sangre de Cristo. Sangre de la ‘Guerra Justa’, que decía S. Agustín. Matanza de S. Bartolomé de París (‘París vaut bien une messe’). Sangre de setenta y dos hímenes. Holocausto. Mártires de la yihad. ¡Basta!

Vista desde afuera (o desde otra) ninguna religión aguanta cinco preguntas sin que uno se descojone de la risa. Pero con la misma pasión que estos piraos se afanan con el culo en pompa hacia la Meca; o se hacen chichones –los elegidos de dios- contra el muro de las lamentaciones en Israel; o los católicos, apostólicos, romanos renuncian a satanás a cascársela y a los preservativos y practican el canibalismo comiendo y bebiendo la sangre del Redentor, hay quienes reivindicamos el incruento, el animal, el divino paganismo.

Yo no quiero las huríes del Profeta. Yo no quiero los coros de serafines y querubines tañendo el arpa, ni el eterno contemplar de un resplandor. Yo no quiero el dios que ha de venir de los hijos de Sion. Yo quiero a mis semejantes. Aquí y ahora. Prefiero a Lucifer antes que aceptar los preceptos excluyentes de vuestra Torá, vuestra Biblia, vuestro Corán.

Decidme: ¿Cuál es el Dios verdadero? ¿Yahvé, el que se le apareció a Moisés en una zarza ardiendo para darle instrucciones y bajó después a entregarle otros 10 ítems de la ley en el monte Sinaí? ¿Cristo, el que fecundó una paloma, resucitó y volvió a pasear por Emaús para partir una hogaza de pan? ¿Alá, el más grande, el que no tuvo inconveniente en enviarle el arcángel Gabriel a Mahoma las veces que hizo falta hasta dictarle pe a pa el tocho entero del Corán? ... ¡Y ahora llevan siglos callados como tumbas! ¡Y ahora se encierran mudos en su gloria! ¡Y en el silencio de la noche de los tiempos no se molestan, siquiera sea un minuto, en bajar a detener esta barbarie matarife! Por favor. Al menos que se dignen hacer una declaración conjunta poniendo en valor la paz, que no hemos hecho más que matarnos por su culpa. O que se manifieste el más verdadero. O que lo haga el menos impostor.

El elefante es esclavizado por el domador por su memoria prodigiosa. De pequeño es atado (amaestrado, se dice) por una pata con una cadena a un resistente poste. De adulto, cuando podría destrozar con su fuerza un edificio basta una estaca y una simple cuerda para mantenerlo inmóvil y cautivo. Así las religiones idiotizan y cercenan la libertad de quienes de mayores ya no pueden –ni saben- elegir. Haciendo proselitismo entre los niños, entre los parias, entre los más temerosos de esa gran putada que es el tener que morirse. Repito: ¡Basta! El tercer milenio ha de ser laico por cojones. Si no, que baje dios y lo flipe. El que sea. Y de una puta vez que pare esta escabechina. Puede hacerlo con la gorra. Si es que existe. Después ya nos mataremos por el ‘becerro de oro’: por el control de los mercados, del subsuelo, del espacio, del petróleo. Pero eso ya es otra historia.

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