Opinión

Qué veranos, presidente

Hace no mucho tiempo se tenía a Josep Antoni Durán y Lleida como el más cercano referente de la doctrina de puente tendido entre el centro derecha catalán, ilustrado y burgués y la política nacional que asumió generosamente un político catalanista llamado Francesc Cambó. Durán, y muchos lo ignoran, no es catalán de nacimiento sino de una población de Huesca llamada Alcampell cercana al límite con Cataluña en la que la influencia catalana es evidente aunque también guarda una impronta aragonesa que sin duda ha contribuido a labrar en el político de Unió un carácter mucho más flexible y comedido que el que muestran sus compañeros de coalición y a su vez dirigentes de la Generalitat.

Esa condición dual, su larga presencia en las Cortes generales, sus múltiples contactos con compañeros de Parlamento y su excelente sintonía con los dirigentes de partidos nacionales han señalado a Durán como un elemento imprescindible para servir de puente en las relaciones con Cataluña, e incluso se ha barajado con frecuencia la posibilidad de que accediera a integrarse en algún gabinete como hizo Cambó en su tiempo, desempeñando varias carteras en determinados gobiernos del rey Alfonso XIII. Cambó lo hizo pero Durán no, sensibilizado sin duda por la durísima presión que ha debido padecer durante estos años por parte de sus compañeros catalanes con cuyos planteamientos ha estado muchas veces en desacuerdo y con cuyas propuestas de secesión lo está ahora sin ningún género de dudas.

Durán no desea de ningún modo la separación de Cataluña y no tiene tampoco una acendrada cultura republicana. Es un hombre pragmático, analítico y ecléctico que suele elegir la opción más valedera en cada momento y que actúa muy a su conciencia. Esta condición le ha reportado incontables amarguras y le ha convertido en un hombre de ninguna parte, mal entendido en Madrid y al filo de ser odiado en Cataluña. Se trata de una situación sumamente incómoda y nadie duda que Durán lo ha pasado muy mal hasta que su límite de tolerancia se ha agotado. En realidad, Mas le ha tendido un puente de plata para que se vaya y Duran, esta vez parece definitiva, se va a ir. Se pierde un elemento valioso y una opción de entendimiento que tiene poco recambio. Pero la decisión de Durán es muy comprensible. Y mucho ha aguantado el hombre.

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