HUELGA SANITARIA
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UN OURENSANO EJEMPLAR
Padre de iniciativas novedosas que han trascendido su tránsito vital, como la Fundación San Rosendo o Caldaria, ha alumbrado otras menos conocidas o superadas por el tiempo, pero que fueron hitos en su momento y, sin duda, jugaron un papel importante en la forja y consolidación de una personalidad volcada en la atención social.
Estudiante brillante, inició su larga trayectoria pública como cura en Xinzo. Las primeras acciones ya apuntaban de forma premonitoria a lo que había de ser el eje de su vida: la dedicación a los demás, con niños y mayores en lugar de privilegio. Se valió para ello de un cóctel personal que operaba a modo de atlantes en su trayectoria: solvencia intelectual, conocimiento del medio, esfuerzo tenaz -inasequible al desaliento- y afilada intuición.
Intuyó que los avances sociales, el retorno de emigrantes jóvenes con hijos y la incipiente incorporación de la mujer al mercado laboral -también supo verla- necesitaban respuesta
En A Limia comenzó todo. Además de la labor pastoral, Benigno Moure estaba en muchas otras cosas. Era la segunda mitad de la década de los cincuenta cuando echó mano de una emisora perteneciente al sindicato vertical que había desempeñado tareas varias, entre ellas el control del tráfico aéreo por la comarca, lejos, como se ve, del campo de la comunicación. Ese lo cubrió el jovencísimo cura con una programación que implicaba a un lote de mozos inquietos, entre los que estaba un jovencísimo Carlos Casares, por ejemplo, como recuerda Suso, que con Mari -que luego sería su esposa- abrieron sus ojos a un mundo nuevo desde aquella denominada “La Voz de la Limia”. Todavía hoy, quienes tienen edad para ello, recuerdan su paso por el pueblo.
De Xinzo vino a la parroquia de Santa Eufemia, en Ourense, que simultaneaba con otras responsabilidades en la labor religiosa, entremezcladas con clases en la Escuela de Comercio de la Torre o el centro para formación y orientación de emigrantes retornados de A Carballeira. De ahí pasó a Cáritas, donde conoce de primera mano las necesidades de un sector de población y se afila su sentido de la necesidad de hacer algo más. Fue capaz de predecir el futuro social de su tierra: veinte años antes vio con claridad que la precariedad y soledad en la que vivían algunos mayores iba a convertirse crónica. Fue el germen de las residencias geriátricas y luego los establecimientos balnearios como base de apoyo para la atención a la tercera edad. Ambas líneas pasan hoy de largo de los setenta establecimientos que manejan cerca de 80 millones de euros al año.
Niños y viejos fueron su constante preocupación, obsesionado por sacar a cuantos de ellos se encontraban en situación de “pobres vergoñentos”
Intuyó que los avances sociales, el retorno de emigrantes jóvenes con hijos y la incipiente incorporación de la mujer al mercado laboral -también supo verla- necesitaban respuesta. Así montó una guardería infantil en los bajos del Obispado. Fue un éxito, aunque no exento de críticas por parte de los sectores sociales más conservadores e incluso desde compañeros del clero que no veían, o rechazaban, la evolución en ciernes.
La promoción de la igualdad fue una constante a lo largo de toda su vida como dirigente empresarial, hasta el punto de que en las primeras épocas casi todas las residencias geriátricas estuvieron dirigidas por mujeres y aún hoy son mayoría en las 73 abiertas. Niños y viejos fueron su constante preocupación, obsesionado por sacar a cuantos de ellos se encontraban en situación de “pobres vergoñentos”. Entre los últimos, su sensibilidad llegaba a la ayuda personal, tan solo con saber las causas que llevaban a la necesidad.
En una ocasión, una directora de residencia le comunicó que un interno no podía pagar la cuota correspondiente debido a que por un traspiés económico el banco le había embargado la cuenta, lo cual suponía su expulsión. Benigno Moure dijo que no y resolvió la situación abonando de su bolsillo ese coste durante ocho meses. Estaba seguro de que aquel hombre, en cuanto pudiese, devolvería lo adeudado y así fue. “Tenía una calidad humana extraordinaria”, recuerdan quienes vivieron ese episodio y otros similares de variada naturaleza.
Igualmente, era benevolente cuando en sus visitas periódicas a todos los establecimientos repartidos por la provincia le comentaban que alguien se negaba o burlaba los regímenes alimenticios establecidos por los médicos. “¿Qué satisfacción tiene una persona en sus circunstancias? -que eran duras-, preguntaba. Pues concedámosle, en lo posible, esa transgresión”. Le gustaban mucho los niños, aunque su debilidad estaba con los mayores como claros perdedores frente a la lógica vital. “Un neno cheira a vida; un anciano, a outra cousa…”.
Insistía en la necesidad de dispensar trato igualitario a los internos, al margen de condición económica, social o religiosa. Su obsesión era lograr mejores condiciones, con habitaciones individuales y que sintiesen la dignidad.
Hasta los últimos tiempos al frente de la Fundación San Rosendo conocía a todos los empleados y se interesaba por sus familias. Fue amigo de sus muchos amigos de toda condición, aunque ello no le impidiera decir lo que pensaba (Fraga lo era y ante un amplio auditorio espetó que San Rosendo hacía con los mayores lo que no hacía la Xunta), y respetó siempre a quienes tuvieran recelos frente a él (muchas veces elogió la acogida que le dispensó el bipartito en la Xunta, que en su ámbito estaba en manos del BNG, donde primó el pragmatismo frente a la posición oficial distinta que tenía la organización).
Asumía con humildad los errores y algunos episodios que le tocaron vivir, incluso con los tribunales, que consideraba injustos y significaron momentos de dolor personal y un amargo recuerdo que comparte su organización.
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