Elecciones 12-J

El voto imposible del emigrante

Ourense. 29-06-16. Local. Reconto do voto emigrante no pazo de xustiza.
Foto: Xesús Fariñas
photo_camera Recuento del voto emigrante en las pasadas elecciones autonómicas, el 29 de septiembre del 2016. //Foto: Xesús Fariñas
Entre Ana Kiro recorriendo el mundo, compartiendo con los emigrantes la morriña dolorosa de su “miña terra queridiña, non che podo olvidar. Galicia terra meiga, miña casa, meu lar”, y los irreverentes Siniestro Total recordando con ritmo que poco había cambiado con su “miña terra galega, donde el cielo es siempre gris. Miña terra galega. Es duro estar lejos de ti”, tal vez no cambiaran demasiadas cosas para la emigración gallega, tan contada y cantada, reivindicada en poemas y músicas y  a veces despreciada en políticas y en murmullos. 

La experiencia de la emigración ha evolucionado y se ha adaptado a nuevos tiempos y a matrias adoptivas de desigual amor, pero con los problemas de siempre. Galicia se siente emigrante y los emigrantes quieren sentirse Galicia, pero ¿hasta dónde?, ¿hasta cuándo? Y ¿para qué?

Mañana comenzará otro recuento de votos de los gallegos residentes en el exterior, un trámite que no alterará resultados, salvo  el guiño anecdótico de que en la provincia de Pontevedra el PP pueda arañar el escaño 42 en detrimento de los socialistas. Un escrutinio que vuelve a estar rodeado, una vez más, de rabia, de impotencia, de sospechas y de promesas políticas apenas inaudibles ya desde el mismo 2011, sobre la necesidad de cambiar el actual sistema de voto rogado, que no hace más que llenar de obstáculos insalvables la carrera para que el sufragio llegue en tiempo y en forma hasta las Juntas Electorales Provinciales como voto válido. 

El escrutinio de mañana del voto emigrante vuelve a estar rodeado de rabia, impotencia y promesas políticas apenas inaudibles

Los números, fríos pero concisos, no mienten. Este sistema ha desplomado la participación desde casi un 30 por ciento hasta el exiguo 1 por ciento de este 12 de julio. 
Aún sin pandemia que, no cabe duda, ha empeorado las condiciones para que un gallego que resida en Argentina, Australia o Kazajistán pueda hacer llegar su voto hasta su provincia, los obstáculos a batir siempre han sido demasiado grandes: plazos de entrega y envío demasiado cortos; distancias demasiado largas hasta el consulado y gastos económicos no siempre asumibles. Cualquier gallego, resida donde resida tiene el mismo plazo, sin distinciones entre Francia o China, Suiza o Venezuela. Rogar el voto, es decir, enviar un formulario declarando su deseo de querer votar; esperar por la documentación con las papeletas de los partidos y, posteriormente, volver a depositar el voto en Correos para que llegue a la Junta Electoral o acudir a una urna en el consulado, debe llevarse a cabo en poco menos de un mes, si no hay listas impugnadas. Tarea cuanto menos compleja, si no imposible como demuestran los porcentajes de votos emitidos finalmente sobre un censo del 17 por ciento del total de los electores gallegos.

La reforma del 2011 ya eliminó el derecho al voto de los residente del exterior en los comicios municipales. Los emigrantes se resistieron, pero de nada sirvió. Se esgrimió entonces el argumento de que quien no vive en el pueblo no puede determinar el alcalde. ¿Podría entonces este argumento ser válido para las elecciones generales, autonómicas y europeas? De momento parece que no. Aunque han surgido voces que plantean la pregunta de “hasta cuándo se es emigrante”? ¿Hasta la segunda, tercera, cuarta generación? La ley de la memoria histórica concedió en dos años 170.183 nacionalidades a hijos y nietos de españoles que la habían perdido, con el consiguiente derecho al sufragio, el 96 por ciento procedentes de Iberoamérica. Los analistas concluyeron que en la mayoría de los casos, además del sentimiento nostálgico de pertenencia a la tierra de los antepasados, también había componentes menos emocionales y más económicos, como poder tener un pasaporte de la Unión Europea que les permitiera escapar de los corralitos argentinos y las dificultades que atravesaban países como Cuba o Venezuela, entre otros.

 La realidad emigrante nunca ha sido igual en América- más antigua, más organizada y con más poder social y económico con importantes patrimonios, tantos culturales como sanitarios, como el Centro Gallego de Buenos Aires- que en Europa, más obrera y con apenas centros en propiedad, salvo alguna excepción. La crisis del 2008 también marcó otra emigración en Europa. Una recién llegada, fuertemente implicada en la política del país y más reivindicativa que la que ya sumaba hasta una tercera generación y, por lo tanto, más involucrada en el país de acogida y ya de nacimiento, en muchos casos. Nació entonces el movimiento Marea Granate que sigue reivindicando el derecho al voto y que incluso puso en marca una campaña para que los residentes que pensaban abstenerse les cedieran el sufragio, votando por ellos. Sea como sea, los grupos políticos españoles tendrán que afrontar ya la tan prometida reforma legislativa para que los residentes en el exterior puedan ejercer el derecho al voto reconocido por la Constitución. Lo que no sirve es el actual marco legal que no hace más que dejar a los emigrantes en un limbo del querer y no poder. Nueve años de espera son ya demasiados. Tiempo ha habido.

¿Qué pasa en otros países?

Pero, ¿dónde está la solución? Ningún país se ha escapado al debate del voto de los emigrados. En Uruguay no tienen derecho al sufragio, así lo acordaron los propios uruguayos en un referéndum. “Si ya no viven en el país y no van a estar sujetos a las leyes del mismo, ¿por qué van a poder determinar los resultados?”. Ese fue uno de los planteamientos. ¿Qué sucede en otros países? En Alemania sólo tienen concedido ese derecho los alemanes que no lleven más de diez años viviendo en un país que no pertenezca a la UE; en Canadá, el plazo es de cinco años y en el Reino Unido, de un máximo de 15.

Países como Francia, Portugal o Italia han optado por crear una circunscripción propia para los emigrantes que otorga desde los 12 senadores franceses hasta los 4 de Portugal (un 1,7 por ciento de los 230 diputados) o los 12 diputados y seis senadores de Italia que cuenta con cuatro circunscripciones en el exterior. Prodi necesitó el apoyo de dos de estos senadores.Países como Argentina, Brasil o Venezuela sólo permiten el voto personal en los lugares con representación diplomática, que va desde los 165 países en el caso argentino a los 92 en el caso venezolano; Alemania, Canadá, México, Suiza o Italia sólo reconocen el voto postal.  El método combinado que permite España lo comparten Portugal, Reino Unido, Estados Unidos o Francia.

¿A qué pueden votar los emigrantes? España es el país que permite la participación más amplia. En Alemania y Reino Unido sólo se puede votar en las legislativas; en Portugal, en legislativas, presidenciales y consultas nacionales. No hay por tanto una receta única. Serbia, Paraguay o Mónaco no permiten a sus emigrantes votar; Armenia abolió este derecho en 2007 y Australia lo puso en marcha en 1902, todo un país pionero. 

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