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“No significa que no tengamos sueños y deseos, lo malo es morir antes de poder y saber vivir una parte de ellos” (José Saramago, “La balsa de piedra”, Penguin Random House Ed., 2015).
Conversaba con Paco, camarero de un gastrobar, instalado no hace mucho tiempo en el barrio. Era el día de las elecciones al Parlamento Europeo. El tema: Europa. Confieso que había encontrado una rara avis en la hostelería. Paco sabía hablar como escuchar. Había descubierto en él a una persona amante de la lectura, con inquietudes culturales al hacerme continuas preguntas. Tal actitud demostraba, que prestaba atención a mis palabras, y éstas le despertaban alguna que otra duda.
Le hacía saber que no me consideraba europeo confeso. A pesar de haber franqueado en el pasado la frontera pirenaica, me sentí, y aún me siento ajeno al europeo: a su cultura supremacista, a sus distintos lenguajes. A pesar de haber nacido en su rincón sud-occidental, desde pequeño mi mirada siempre se ha fijado hacia el sur. Mirada atraída por aquel océano, por la que he atravesado tantas veces. A mi interlocutor le preocupaban que muchas otrora distopías comienzan ya a convertirse en realidades: un mundo dominado por la inteligencia artificial, una sociedad vigilada por drones en forma de palomas. Contra tales distopías yo he contrarrestado a ellas la facultad humana de crear utopías. Y salió, recurriendo al tema de esta Europa con la que se quiere sentirnos unidos, la novela utópica de José Saramago, “La balsa de piedra”. Paco la había leído y dejado buen sabor tal lectura.
En síntesis nos relata como una enorme grieta en la montañosa cadena pirenaica provoca la separación de la Península Ibérica del resto del continente. La península se convierte en una enorme isla flotante, que navegará por el Atlántico, hasta unirse al continente iberoamericano. Saramago abogaba por una Confederación de Pueblos Ibéricos. Con esta novela más ahonda en la utopía hasta que tal confederación se construya con los pueblos ibéricos del continente americano.
Ya no hablamos más de utopías y distopías Paco y yo. Abandonó el centro de trabajo. Ahora, nuevamente, he de volver a informarme más de fútbol, para que los parroquianos de los templos con advocación a Baco no me consideren un bicho raro por no tener afición, y, por ende a la pasión futbolera, que hace que seamos más españoles respetados por Europa. ¡Oé!
¡Ah, si a mí me dieran a escoger entre esa balsa de piedra desgajada de Europa y ésta! Yo a la balsa. Un sueño, pero “después del sueño, no se puede vivir del sueño” (Saramago, ibídem).
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