El algoritmo no alimenta

En el año 2000, la tasa de población en riesgo de pobreza o exclusión social (AROPE) en España rondaba el 20%, y la pobreza infantil no superaba el 25%. En 2025, tras una profunda transformación tecnológica y años de crecimiento económico intermitente, la tasa AROPE apenas ha bajado al 25,8%, mientras que la pobreza infantil ha subido hasta un alarmante 34,7%. Uno de cada tres menores vive hoy en riesgo de exclusión.

Estos datos no solo reflejan desigualdad, sino una fractura estructural entre lo que prometía el progreso y lo que realmente ha traído. Hemos asistido al avance de la inteligencia artificial, la digitalización de servicios y una economía cada vez más automatizada, pero seguimos atrapados en una precariedad crónica que afecta sobre todo a los más jóvenes.

El problema no es técnico, es político. Mientras el debate público se diluye en enfrentamientos partidistas, millones de familias trabajan sin lograr cubrir lo básico. El empleo ya no garantiza dignidad. La vivienda se ha convertido en un lujo. Y los menores crecen en entornos que limitan su futuro antes siquiera de comenzarlo.

Las cifras son una llamada de atención. No puede normalizarse que un país del primer mundo tolere esta pobreza infantil estructural mientras presume de liderazgo digital. Porque si tenemos las herramientas para cambiarlo y no lo hacemos, no hablamos de una carencia de medios, sino de voluntad.

La tecnología no nos ha hecho más iguales. La política no nos ha hecho más justos. Y nuestros niños lo están pagando, no solo con carencias materiales, sino con una vida condicionada desde el inicio, sin las oportunidades que una sociedad democrática debería garantizarles.

Pedro Marín Usón (Zaragoza)